Jugar, de Emilo Calvo de Mora




(A Ángeles del Pino, a Ana Pérez, a Clemente Ojeda, 
a Edu Pérez, que juegan todavía).  

No dejamos nunca de jugar. Se confunden o se olvidan las reglas, pero persiste la naturaleza misma del juego, su creación de un mundo ajeno al mundo, la constatación brutal de la hondura moral del juego. No dejando jamás de jugar evitamos, quizá sin conciencia, la fuga del niño. A pesar de que exhibamos indicios fiables de que abandonamos la infancia e ingresamos en lo más acendradamente adulto, tutelamos, con pudor, con afecto, al niño dentro. Jugamos a amar y a desamar. En esa condición un poco velada de puro juego, el amor no hiere si flaquea. Tampoco es un mal recurso para sobrellevar el peso de los días. No albergamos ansias de eternidad porque ningún juego dura para siempre. Mientras jugamos distraemos el alma de asuntos que la dañan. Jugar es, en todas las edades, un fantástico mecanismo de defensa, una trinchera confortable, un búnker contra los festines del miedo o de la soledad o del hastío. En cierto modo, el arte es un espejo muy trabajado del juego. El cine es una extensión del juego. O la literatura. La religión es el único juego en el que no tienes contrincante, el único en el que ignoras si los que juegan ganan o pierden. Finaliza la película o concluye la lectura y regresamos, en ocasiones violentamente a la áspera realidad. Por eso aceptamos que el juego administre cierta parte de la vida. La otra, la seria, la que no juega, es normalmente la que nos enferma, la que más dolor causa. Jugamos para no pensar en la muerte. Creemos que se estira la vida cuando no pensamos en que está transcurriendo. En la ignorancia, por más que los años se empecinen en decirnos lo contrarios, se vive mejor o, en todo caso, se vive más alegremente. En el fondo es a la alegría a la que inclinamos toda la balanza del espíritu. Ni Dios, ni la eternidad rivalizan con esa fe inquebrantable en la alegría, en que ella sabrá sacarnos de todos los agujeros, izarnos, ponernos bien arriba y darnos una patada (convencida, festiva) para que echemos a andar con el mismo o con mayor deseo incluso. Uno resuelve no flaquear, planea con esmero cómo avanzar sin que los obstáculos previstos malogren esa voluntad firme, pero se presentan los nuevos, los que no se esperaba que acudieran. Da un paso al que otro lo sigue y aprecia el movimiento. Con sincera credulidad prosigue; con valentía, atento a lo que sale al paso, uno franquea las trabas, las aparta con fiereza, exhibe la mejor de las disposiciones y eleva la cumbre del día (que a veces es largo y pareciera que sólo anhela que decaigamos). Resuelve no flaquear, sí, acepta ese compromiso interior, pero es el juego el que obra a favor nuestro y consigue que no fracasemos. La vida es un juego intermitente. No hay otra cosa que ahora se me ocurra. Vamos de una modalidad a otra, nos movemos con naturalidad de un tipo de juego a otro, cancelamos unas reglas y abrazamos otras nuevas, pero es jugar lo que hace que lata el corazón y queramos que mañana lata de nuevo y lata más fuerte. El amor es el juego más hermoso. Quien no juega es el que acaba antes, el que se rinde, el que abdica, el que se retira, el que no permite que nada le sorprenda. El juego es la victoria absoluta del asombro. Sin él, sin el asombro primario, el mundo ya se habría detenido hace tiempo. Nuestra cabeza se habría detenido hace tiempo. Nuestro corazón se habría detenido hace tiempo. Van las horas persiguiéndose sin tregua y el mejor juego era el que no acababa nunca. Escribí esto en un poema que alguien hoy me ha hecho recordar. Me hizo pensar, mientras que lo leía, en lo hermoso que es el oficio que tengo, el trasegar a diario con los juegos de los niños. Tal vez no dejemos nunca de ser niños, ofrecía no recuerdo qué cantautor en una canción de hace muchos años. No dejamos de serlo, sí, pero no permitimos que ese niño de adentro aflore. Gana el adulto, gana el bregado, no el inocente. No está bien la inocencia, nunca lo estuvo. Si estuviera, no habría guerras, nadie querría vencer a otro, no tendríamos que demostrar que somos mejores y que somos más listos o que merecemos más. Es posible que esté, en una porción muy subliminal y apartada, hablando de Cataluña o de España o del tío desquiciado que se pone a descerrajar tiros en un instituto o en un concierto o del terrorismo descabezado que nos cerca por doquier o yo qué sé de qué estoy hablando.

(Este texto se incluye en el libro Caballos perdidos en la tormenta, que acaba de publicar Cypress Cultura).




Microfilias es una tribuna dedicada a los géneros breves en castellano, en la cual tenemos el gusto de alojar textos de creación de autores contemporáneos de España y Latinoamérica. contacto: revista.microfilias@gmail.com


MICROFICCIÓN


La tiranía de los espejos, de Vitale

De niño, en el barrio, se relataba la aventura de un vecino que había sobrevivido a un naufragio flotando durante una semana sobre una puerta. Desconozco quién era e incluso si la peripecia acaeció de verdad, pero no dejo de meditar en ese hombre, azul y agua, negro y agua, asido a una puerta por la que no es posible huir.

Diez micros de Ortiz Soto

Hundido en su sillón, Dios mira llover. Es el día cuarenta por la mañana, pero la oscura bruma no permite saberlo. En los escarpados picos de las montañas más altas, animales y humanos se disputan un palmo de tierra que, minutos después, yace bajo el mar. Son las agotadas aves migratorias las últimas en caer. En medio del océano anegado de muerte va el Arca con los pocos bendecidos. Aquello es todo lo que queda de su gran obra. Dios no puede más con tanto dolor y dispara…





HAIKUS


Herme G. Donis nació en Villalón de Campos (Valladolid) en 1951, aunque desde su infancia se encuentra ligada a Asturias. Ha publicado los libros de poesía Catón de infancia (Avilés, 1983), Marginalia urbana (Oviedo, 1986), El fuego desvelado (Madrid, 1987), Mientras el tiempo pasa (Mieres del Camino, 1989), Peregrinas andanzas (Gijón, 1997) y Vida y memoria (Antología 1983-2002). Actualmente reside en Madrid, donde colabora asiduamente en diversos diarios y revistas especializadas en literatura. Los haikus que publicamos han sido seleccionados por la propia autora.

Los haikus de León Molina

León Molina nació en Cuba en 1959 y llegó a España en 1966. Actualmente su vida se reparte entre la ciudad de Albacete y la aldea de Yetas, en el municipio de Nerpio, en la sierra albaceteña. Se declara a sí mismo como "un empedernido lector de poesía y apasionado observador de la naturaleza. Y suelo tener a mano papel y lápiz". Ha publicado varios libros de poesía (el último de ellos, El taller del arquero) y una recopilación de sus aforismos (titulada Mapa de ningún sitio) en la editorial sevillana La Isla de Siltolá. 




AFORISMOS


Alejandro Lanús (Buenos Aires, Argentina 1971), es un escritor y poeta creador de aforismos, autor de Umbrales. Pulsaciones de una verdad esquiva, de la que proceden los textos que aquí reproducimos. Es la suya una concepción del aforismo estrictamente poética, que se decanta por la insinuación gnómica que entronca con la tradición oriental, principalmente de ascendencia budista y zen, dejando de lado la vena moralista clásica de la escuela francesa. Incidiendo en la contradicción que implica lo creado y la necesidad de superarla mediante un salto epistemológico que trascienda la dualidad, Lanús alumbra trallazos de luz para tratar de ubicarse fuera de la tensión de lo real, e invitar al lector a acompañarle en su viaje.


Karlos Linazasoro (Tolosa, 1962) es licenciado en filología vasca y bibliotecario de profesión. Ha cultivado, en euskera, casi todos los géneros literarios: literatura infantil y juvenil, narrativa, teatro, poesía y periodismo. Aunque el grueso de su obra se ha publicado en euskera, se han sido traducidas al castellano: Depósito ilegal (Alberdania, 2006) y Itoko dira berriak. Ménsula que el cielo sostiene (Atenea, 2005). En el ámbito aforístico, ha publicado Lo que no está escrito (Eclipsados, Zaragoza, 2010). Los aforismos que presenta Microfilias proceden de su último libro, Nunca mejor dicho, recién publicado por la editorial Trea, de Gijón.




NANOENSAYO


José Luis Trullo comparte con nosotros tres notas de opinión reflexiva, o reflexión opinativa, sobre otros tantos temas de actualidad: el culto a la emoción en la cultura contemporánea, la manipulación inherente a los discursos contrarios al miedo, y la apuesta por el concepto de esmero frente a la exaltación del esfuerzo como fuente de acierto en las propias acciones.


Leyenda y función de la utopía

Contra cierta tendencia actual a reivindicar, de nuevo, un concepto tan añejo y caduco como el de utopía, el profesor Miguel Catalán nos advierte acerca del peligro que acecha detrás de sus cantos de sirena, y que no es otro que la fácil consolación imaginaria y sus efectos disuasorios respecto a una transformación efectiva de la realidad.




DIETARIOS


El escritor chileno Álvaro Campos escribe: "Desconfio un poco de los que sienten la literatura como algo suyo, desconfio en que la utilicen, orgullosos, como un medio para algo más. No existe ese "suyo", no existe ese "algo más". Sólo existe el malestar, el desgarro, la impotencia del choque de la ola turquesa de la imaginación, contra la masa tosca y gris de la arena de la realidad. El que escribe está condenado a desplazarse descalzo por la fisura, por los dolores del nómada, por los desvelos de la presa. Convaleciente del mundo, ni real ni imaginado, segrega algo que no sabe y en lo que no cree, algo que no genera ninguna ganancia y protección. El que escribe es sacerdote y sacrificio al mismo tiempo. Entonces ¿Que le pide el escritor a sus dioses mudos? Pide que lo liberen del pedir..."