ENTREVISTA


Lucía Díaz: "Reencontrarme con las letras fue producto de las nuevas tecnologías, del advenimiento de internet"

Lucía Díaz, nacida en Buenos Aires (Argentina), conforma su trayectoria cultural desde sus dos pasiones: la escena y el relato. Actriz y directora de teatro independiente desde los años 80, tiene su primer encuentro con el mundo de la microficción en 2002, al arribar al portal del Taller iberoamericano de minicuentos de Ficticia, ciudad virtual dedicada a la literatura. Coordinó el taller en el  transcurso del año 2012. Su producción ha sido publicada en diversas revistas y sitios virtuales, así como en el suplemento cultural del diario La Jornada de México. Ha sido incluida en  varias  antologías, entre ellas Cien Fictimínimos, Microrrelatario de Ficticia, Cuentos pequeños grandes lecturas, ¡Basta! Cien mujeres contra la violencia de género, o Borrando Fronteras, Antología trinacional de microficciones Argentina, Chile y Perú.

Leo que sos actriz y directora de teatro independiente. ¿Cuál fue el camino que te llevó desde las tablas al microrrelato?

En realidad siempre fue un solo camino con distintos senderos. Primero fue la música que me atrapó con un piano de juguete, regalo de reyes. Luego llegaron las típicas clases con una profesora particular para satisfacer a la niña de cinco años para quien la música era, a la hora de estudiar la teoría,  el arte de “comer” los sonidos. Con el descubrimiento del cuerpo sobrevino la pasión por la danza. La pubertad  y sus ensimismamientos devinieron en el placer por la lectura y la escritura que fundamentalmente me acompañó durante la adolescencia. Cuando me preguntaban por aquel entonces qué iba a ser de mayor, yo respondía: "escritora". La vida me presentó las artes dramáticas, en las que encontré resumidas todas las disciplinas artísticas que me apasionaban.

Reencontrarme con las letras fue producto de las nuevas tecnologías, del advenimiento de internet, de conocer en la red gente afín. En el 2002 un amigo virtual me invitó a leer sus microficciones en Ciudad Ficticia, portal que encierra una comunidad literaria, y allí me topé con un mundo desconocido y fascinante por descubrir. Ese portal ofrece un taller virtual totalmente gratuito con el fin de ejercitarse en ese pequeño formato, y allí comenzó todo.

¿Tenés algún hábito a la hora de escribir? ¿Qué despierta tu imaginación?

El funcionamiento de un taller literario como La Marina es de mucha ayuda a la hora de las motivaciones. El tema del mes, impuesto por el Juez de ese momento, es un incentivo. En realidad no importa el tema, el mismo es sólo una excusa, porque nos lleva a escribir aquello que íntimamente deseamos expresar plasmándolo en un cuento o una narración. Pero ya frente al papel en blanco, y con la imaginación escurriéndose por los intersticios de  los pensamientos, ya en esa situación desesperada que solemos sufrir algunos, acudo a la obra de una autora que tiene la propiedad de aguijonear mis fantasías. Ella es la poeta uruguaya Marosa Di Giorgio: casi de una manera mágica, luego de leer alguno de sus poemas, ya ante mi hoja de Word la historia aparece.

¿Quiénes han sido tus maestros literarios?

Mis principales maestros literarios fueron los propios compañeros del Taller La Marina, de Ciudad Ficticia. La constante interacción enriquece mucho los textos y no se tiene un solo maestro, sino que el rol lo ejerce cada uno de los Talleristas/participantes con los que intercambiaste opinión. Luego, ya más afianzada la actividad de escribir, tuve algunos maestros literarios presenciales que también fueron aportando lo suyo, pero lo sustancial fue adquirido en el Taller de La Marina.

¿Cómo le explicarías a un neófito qué es “La Marina de Ficticia” y en qué consiste tu trabajo?

Es un taller virtual, gratuito, creado por el escritor mexicano Alfonso Pedraza, que tiene como misión difundir la escritura y la lectura de la microficción. Este taller funciona en el seno del portal literario Ficticia.com, dirigido por el escritor y editor Marcial Fernández.

El atractivo mayor que tiene es el concurso mensual de microficciones, en el que sus jueces son escritores de notable prestigio.  En el taller participan escritores y aprendices de distintas nacionalidades, sobre todo mexicanos, españoles y argentinos entre los que se entabla una cordial relación literaria y también de amistad. Mi trabajo, así como el de veinte compañeros más, es el de Tallerista. Consiste en examinar los textos que presentan los participantes, de un día del mes ya estipulado y prodigar opinión y consejo, además de  preseleccionar la o las microficciones que participarán en el concurso mensual. Este texto preseleccionado será pulido entre Tallerista y participante, con el fin de que llegue al Juez del concurso de ese mes, en óptimas condiciones.

Ocupaste un cargo directivo en Ficticia. ¿Cuál fue? ¿Rescatás alguna anécdota de esos tiempos?

En julio de 2011, asumiendo una nueva etapa, en la que los integrantes de distintos países participarían en la coordinación del mismo, durante el undécimo año del Taller, Alfonso Pedraza me designó como Coordinadora y, conjuntamente con otros compañeros argentinos, asumimos la misión encomendada. La coordinación implica una serie de tareas de carácter externo, de relación con el mundo exterior, las de representación y difusión de la actividad del Taller y las de carácter interno de organización de los concursos. Parecía interesante que también los jurados fueran de la misma región geográfica, por lo cual invitamos, y amablemente aceptaron, escritores argentinos de la talla de Ana María Shua, Luisa Valenzuela, Silvia Hopenhayn, Patricia Suárez, María Elena Lorenzín, María Rosa Lojo, Raúl Brasca y también Gabriela Onetto, escritora uruguaya.

También durante ese año ficticiano, tuvimos la dicha de tener en nuestras manos el libro en papel Cien Fictimínimos, Microrrelatario de Ficticia, compilado por Alfonso Pedraza y editado por  Marcial Fernández, una antología que contiene los mejores trabajos de los integrantes del Taller. Y yo participé, en calidad de coordinadora del Taller, en la presentación que se realizó en Mexico DF en febrero de 2012. En esa oportunidad conocí personalmente a los amigos ficticianos de ese país, en un emotivo y entrañable encuentro. Como anécdota puedo contar que, estando sentada en la mesa de presentación al lado de compañeros ficticianos que en años anteriores habían sido los encargados de la coordinación, mi estimado Rubén Pesquera Roa me sorprendió gratamente al leer uno de los primeros minicuentos que elaboré en La Marina, que yo casi tenía olvidado.

Usás diferentes seudónimos (perfil de Facebook, algunas publicaciones), ¿te agradaría explicar a qué obedece esta costumbre, o preferís guardar el secreto?

No es fácil responderte porque yo no lo tengo muy claro. Pero te cuento que a la hora de participar en los concursos mensuales del taller, la selección del seudónimo que debemos elegir para camuflarnos ante quien evaluará nuestro trabajo, para mí pasaba a tener una gran importancia. Hasta te diría que el seudónimo utilizado era parte del texto. De allí que tengo registrado en Ciudad Ficticia casi un centenar. Seguramente también tiene que ver con mi actividad teatral y esa necesidad que a veces tenemos los actores de llevar nuestros personajes encima por cierto tiempo hasta que se acomodan a nuestro cuerpo y alma… en fin, me has hecho reflexionar un poco y seguramente alguna vez será tema de diván, jaja. No obstante, últimamente estoy tratando de imponerme con mi real identidad y hago el intento de que mis publicaciones lleven mi nombre, o sea, Lucía Díaz. Te aclaro que no lo conseguí aún.


El Aforista