Las minificciones son las sirenas de la literatura


Javier Perucho (prologuillo, espiga y documentación), La música de las sirenas. Toluca, Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal, 2013, 152 pp.

Violeta Rojo.- Quizás deberíamos tapar nuestros oídos y atarnos al palo mayor para leer este libro. Bien sabemos que las sirenas son peligrosas. Entre otras cosas porque encantan a los hombres sin que sepamos exactamente qué son. Y los encantan porque, como decía Pausanias, son encantadoras tanto en poesía como en prosa.

Debo decir que lo que más me gusta de La música de las sirenas de Javier Perucho, es que puede leerse de manera especular. Eso no es extraño, bastantes representaciones de sirenas hemos visto con espejos. Las sirenas que ha compilado Perucho no sólo entretienen, también hacen reflexionar sobre estas míticas mujeres, y darnos cuenta que sobre ellas nada es concluyente. No sabemos ni qué son, ni qué forma tienen, ni su origen e historia, ni sus padres, ni cuáles son las características de su naturaleza híbrida. Tampoco estamos claros si sus acciones están signadas por el destino, la obligación, la maldad o el humor.

Para unos eran pájaros con cara de mujer; para otros, mitad mujer, mitad pez. Cuando eran aves las llamaban ruiseñores de patas de harpías que mataban centauros, o gorriones con cara de mujer. Su historia como aves tiene que ver con Perséfone. Eran sus amigas y cuando Hades la raptó, pidieron alas para buscarla por todas partes. No pudieron encontrarla, ya que estaba en el inframundo, así que quedaron con esa forma. Las plumas pudieron ser un castigo de Deméter, por no haber sabido cuidar a su hija. Pero también el castigo podría ser de Afrodita, por despreciar el amor erótico y querer permanecer vírgenes para siempre. Siempre aves, en algún momento y sin razones claras se las comenzó a representar como seres marinos.

Su melodioso canto está vinculado a sus difusos orígenes. No sabemos quiénes son sus padres, se piensa que podían ser hijas de Gea, la tierra y padre desconocido. O quizás de Aqueloo (el que ahuyenta el pesar, el dios del río, poderoso espíritu de las aguas) con una musa, que pudo ser Melpómene (la de la tragedia) o Tepsícore (la de la danza). Puede ser también del mismo Aqueloo con Estérope de Calidón, o aún del dios marino Forcis y Calíope (la musa de la elocuencia). Estos progenitores explican su relación con el mar y con el canto.

Su voz fue motivo de grandes sinsabores para ellas. Hay quien dice que una vez osaron entrar en una competencia con las musas y perdieron la contienda. Las plumas que engalanan a las diosas son plumas de sirena, que les fueron arrancadas como trofeo. Eso de decir plumas de sirena suena verdaderamente extraño si pensamos en las de cola de pez, pero es que con las sirenas, si queremos evitar confundirnos, siempre hay que estar pendiente de la forma que están adoptando en cada momento.

Para seguir con las amarguras que traía y que les trajo su canto, se consideraba que no sólo extraviaban marinos, sino que también que robaban la esperanza de volver a casa, y eso es de lo más triste que hay. Engañar sirenas fue un gran pasatiempo para los griegos. Orfeo salvó a los Argonautas cantando más alto y más melodiosamente que ellas. Ulises ya sabemos qué hizo. Desesperadas por su fallo con éste, se lanzaron al mar. Sin embargo, otros dicen que se había vaticinado que sólo podrían vivir hasta que alguien que las oyera cantar pudiera pasar sin estrellarse en las rocas. Así que no se suicidaron cuando Ulises pudo hacerlo, es que estaba escrito. Sin embargo, Ptolomeo Hefesto dice que sobrevivieron para vengarse y mataron a Telémaco cuando supieron que era hijo de Ulises.

El número de sirenas también varía según los autores, a veces dicen que eran dos, o tres o cuatro o diez.

Su nombre es álgido asunto. Unos las llaman sirenas o seirenes, que algunos relacionan con quimeras, pero también las llamaban aquelois por su padre, y a veces doncellas de Sicilia. En otras lenguas distinguen entre sirenas y doncellas del mar, y por eso hay sirens y mermaids, entre otras distinciones, aunque para nosotros es lo mismo.

Individualmente sus nombres eran Ligeia (la de voz melodiosa), Leucosia (la nívea), Parténope (la de voz de doncella), Thelxiope (la que encanta con su voz), Thelxinoe (la que encanta con su mente), Thelxipea (la encantadora), Molpe (canción), Pisinoe (la que afecta la mente), Aglaophonus (la que suena bellamente), Aglaope (la de voz espléndida).

Tampoco hay certezas de dónde calentaban hogar. Unos dicen que era en tres pequeñas rocas llamadas Sirenum Scopuli, cerca de Escila y Caribdis, por cierto, o sea, en el estrecho de Mesina; otros que era en Anthemousa en Grecia; o en Pelorum (Punta del Faro) en Sicilia, o en las islas Sirenusias, cerca de Paestum en Campania, e incluso en Capri. Había un templo para ellas en Sorrento, y se dice que su tumba estaba en Nápoles.

Entre tantas dudas e historias, no puede extrañarnos que Javier Perucho haya empleado tiempo y dedicación a compilar a los autores que escribieron brevedades sobre ellas, no sólo en este libro que presentamos (La música de las sirenas, su antología de minificciones de sirenas en la literatura en español), sino también en Yo no canto, Ulises, cuento. La sirena en el microrrelato mexicano. Y no es raro, porque las sirenas y las minificciones son parecidísimas. Incluso me atrevería a decir que las minificciones son las sirenas de la literatura: inolvidables, híbridas, misteriosas, inclasificables, con muchos nombres y diversas características, muchos ancestros y sin origen definido.

Lo tenemos claro entonces, Javier Perucho, a partir de esta selección, estableció su definición del género minificcional: oscuro, inaprensible, múltiple y complejo. Y lo hizo como deben hacerse las cosas, con investigación, disfrute, encanto y la belleza alta y clara de la voz de las sirenas.


Nota. La música de las sirenas es una antología de Javier Perucho. Incluye textos de Rubén Darío, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, José Antonio Ramos Sucre, Wilfredo Machado, Patricia Esteban Erlés, Abelardo Castillo, Umberto Senegal, Enrique Anderson Imbert, Susana Camps Perarnau, Diego Muñoz Valenzuela, Leo Mendoza, Juan Romagnoli, Antonio Serrano Cueto, Juan Armando Epple, Margarito Cuéllar, Martín Gardella, Ginés S. Cutillas, José Manuel Ortiz Soto, Fermín López Costero, David Lagmanovich, Gabriel Jiménez Emán, Adriana Azucena Rodríguez, Eduardo Galeano, Enrique Jaramillo Levi, Sandra Bianchi, Luis Pulido Ritter, Laura Elisa Vizcaíno, Alberto Benza González, Antón Rodríguez Castro, Ana María Shua, Isabel Mellado, Ricardo Cartas, Marco Denevi, Eduardo Gudiño Kieffer, René Leiva, Raúl Brasca, Rogelio Guedea, Esteban Dublín, Marco Aurelio Chavezmaya, Rony Vásquez Guevara, Gemma Pellicer, Luis Tovar, Lilian Elphick, Ramón Gómez de la Serna, José Antonio Lugo, Rafael García Z., María Obligado, David Baizabal, Nana Rodríguez, Mario Cruz, Andrés Elías Flórez Brum, Agustín Cadena, Rubén Tito, Roque Aroni, Ea Pozoblockl, Pablo Brescia, Samia Badillo, Aldo Flores Escobar, Primitivo López y Ana Clavel.




Foto de Federico Prieto
VIOLETA ROJO

Es profesora titular de la Universidad Simón Bolívar. Profesora invitada en la Universidad del Comahue (Argentina), Universidad de los Andes (Mérida), Universidad Central de Venezuela. Doctora en Letras USB; Magíster en Literatura Latinoamericana USB; Licenciada en Letras UCV. Research Fellow Kingston University (UK) 2000-2001. Individuo correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Ha publicado: Mínima Expresión. Una muestra de la minificción venezolana. (Caracas: Fundación para la cultura urbana, 2009); Breve manual (ampliado) para reconocer minicuentos (Caracas: Equinoccio, 2009); con Héctor Abad Faciolince y Carlos Leáñez Aristumuño Antología de la novísima narrativa breve hispanoamericana. (Caracas: Grijalbo, 2008). Teresa Carreño (Caracas: Biblioteca Biográfica Venezolana, 2005); El minicuento en Venezuela (Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional, 2004. Reedición 2007); Breve manual para reconocer minicuentos (2 ediciones: Fundarte, 1996 y Universidad Autónoma Metropolitana de México, 1997), así como numerosos artículos sobre literatura venezolana contemporánea, minificción, historia y literatura, cine y fotografía.



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