MICRONESIA 001

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Papillons
José Luis Trullo


Recuerdo cuando paseaba por mis propias sensaciones como si fuera el dueño de un suntuoso palacio. Abría sus puertas y cruzaba los salones y pasillos con un parsimonia ducal. Me delectaba en la contemplación de los arabescos en la alfombra, de los damascos en los tapices y en las molduras del artesonado de los techos. En cada una de sus circunvoluciones hallaba un motivo para extraviarme en una ensoñación infinita.

Cerraba las ventanas en pleno día, simplemente para sentir el placer anacrónico de alumbrarme con un candelabro Luis XIV, y me complacía en desorientarme en el laberinto de mis alcobas ricamente amuebladas con piezas rococó o estilo Imperio.

Si estaba en su apogeo la canícula estival, encendía la chimenea sólo por asistir al espectáculo de dos astros luchando con antagónico ardor; en lo más crudo del invierno, deambulaba con un té helado entre los dedos, de manera que una vaharada de voluptuosidad me recorría el espinazo a cada sorbo.

El valet tocaba al piano las piezas que mejor armonizaban con mi ánimo de cada momento (huidizo y cambiante): una pavana, un nocturno, una delicada barcarola o, quizás, un vals triste.

Por entre los visillos, el día se iba incorporando, o bien decaía con morosa credulidad, y yo lo bendecía todo con una sonrisita papal o cardenalicia (según si portaba o no la mitra de un poema entre los labios, o un verso solo).

Y es que, en aquella época de quimeras lujosas, mi sensibilidad era el único escenario: no atendía a la llamada de los grajos, ni escuchaba a los sapos canturrear en su inmunda charca. Los insectos eran sólo una estampación de mis albornoces de seda china. El mal, un bonito argumento en volúmenes de mitología griega y romana.

Cuando me recluía en mi santuario de armonías, mi alma y yo éramos los únicos personajes reales en un ficticio decorado. No como ahora, en que la verdad está allá afuera, detrás de las persianas y más allá de mi cercado, y yo me he convertido (cardo entre lirios) en su más servil plagiario.

Las mariposas, hoy, son sólo gusanos tardos.




Libros al Albur




Presentamos una brevísima selección de microrrelatos o minificciones, de otros tantos autores latinoamericanos, realizada por nuestra coeditora Patricia Nasello. Todos ellos son escritores de una dilatada trayectoria literaria y firmemente comprometidos con el género exiguo, por lo que de algún modo esta es una muestra de amplio espectro, muy significativa, del estado actual de la narrativa breve en Latinoamérica.


Roberto Villar: Todo tiene su luz

Todo tiene su luz para que sea posible. No sólo para que sea posible verlo, sino crearlo. La mañana, la tarde, la noche, el salón, el sofá. Todo tiempo tiene su tiempo y todo tiene su luz, su música, su clima.


Los anticuentos de Esther Roperti

Esta Cenicienta era muy lista. Cuando bajó corriendo las escaleras de palacio, no sufrió cortaduras en sus pies: sabía que las zapatillas de cristal producen heridas. Y que dejan un rastro que siguen los príncipes fetichistas.




La paloma de la realidad, de Álvaro Campos

La memoria se está gastando, las billeteras no pueden ocultarse más. Sólo queda algo único, antes de que el mundo se desmorone: el encuentro constante e inagotable con la paloma de la realidad...


Seis micros de Carlos de la Fé

A veces somos el último refugio sobre el que un ser anodino es capaz de aplicar un toque extravagante, chic o sofisticado a su triste y aburrida vida.


Juan Yanes: Mujer con maleta y otros micros

¡Ven y amémonos y olvidemos la crítica literaria, olvidemos a los exégetas y a sus epígonos y seamos felices! ¿Me oyes, Caperucita? Deberías decirme algo. Te estoy hablando muy en serio.


Pérez Antolín: El predominio de la sintaxis

Subió el volumen porque el ruido de las ametralladoras no le dejaba oír la emisión y en ese preciso momento salía su calle. Cuando le dispararon pudo ver por la televisión su propia muerte.



El Aforista