Despertares
Manuela Ipiña
VI
El perro dejó de ladrar cuando la muerte, enternecida, decidió pasar de largo.
VII
Aquella mañana, entre las alarmas del móvil, una nota le avisaba de que era el cumple de su prima. Después de buscar una foto en la que ambas aparecieran de pequeñas, le envió un mensaje felicitándole y decidió salir a la calle.
El ascensor nuevo se había estropeado y tuvo que bajar andando por las escaleras. En cada escalón, se iba haciendo un poco más pequeña.
Una niña despeinada y con un calcetín de cada color salía del portal minutos más tarde. Se quedó todo el día jugando con los niños que estaban en la plaza. No tuvo que decir quién era, ni dónde trabajaba. Tan solo jugar a la pelota, saltar a la cuerda y comer gusanitos. Fue la última en irse a casa.
IX
La noche anterior había salido y se despertó con tanta sed que se bebió de un trago medio litro de agua que tenía sobre la mesita.
Fue a la cocina y se bebió por lo menos dos vasos más. Al tercero, notó como el agua caía en torrente por todo su cuerpo y tras abrir la boca se quedó flotando en el agua del vaso.
Aquello estaba lleno de gente con resaca. Había un hombre que no paraba de preguntar por la manera de volver a tierra y por una mujer que, como siempre, iba de rojo.
Estuvo flotando un par de horas hasta que el móvil le avisó de que tenía un mensaje. Era el chico que había conocido la noche anterior. Había encontrado la manera de salir de la resaca y el número de teléfono de la mujer de rojo.
XII
Despertó y no había sol. Lo habían privatizado. Algunos decían que lo bueno era que se podía ver on-line, aunque resultara un poco caro.
Despertó por segunda vez y todo era mentira, una pesadilla.
Años más tarde, Lorenzo seguía hablando de su sonrisa a las galaxias.
XVI
Se levantó muy pronto esa mañana porque tenía que hacer muchas cosas. Desayuno rápido y empezó por la peluquería. Fue al Corte Inglés, porque necesitaba unas cremas para el sol y algo para los pies, que le estaban matando porque siempre llevaba tacones.
Luego quedó con una amiga para ir un rato de compras .También aprovechó para llevar las gafas de sol a una óptica, pues ya le quedaban flojas. Después se sentó a tomar algo en una terraza y pidió una gilda, le encantaban. Al cabo de un rato vino un hombre que le pidió un cigarro y alguna moneda con una amplia sonrisa.
"Yo no tengo dientes, pero así no me duelen", le dijo.
Manuela Ipiña
(Bilbao, 1978) es licenciada en derecho. Ha publicado en la revista Chispas Literarias y en diversos blogs, como La vez de los venenos y Narrativa Breve. Es socia de Noches Poéticas, donde suele colaborar. Acabo de terminar su primer poemario, Cuando hablan de Creta y yo estoy en Marte, de próxima publicación. Los microrrelatos que publicamos forman parte de un proyecto narrativo en marcha, consistente en atribuir un "despertar" distinto a cada día del año.