MICRONESIA 019

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El centro de las convulsiones
Arturo Robles




el centro de las convulsiones es una palabra     

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Tuve un perro llamado Menandro Aristófanes Cifilio Tercero. Nuestras bestiales conversaciones bajo el árbol al que se mantenía sujeto nos hacían replantearnos todo, instintos, calambres, requiebros, y casi al final, después de los esmeros para comprender la especie del otro, resollábamos sin dudar, empezábamos otra vez.

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Respigo. Me dijeron no te muevas, puedes perjudicar a los prójimos.

                Bien, me atengo a mis palabras, si dije no es no; entonces tienen de mí lo que casi nadie puede tener, aunque la mayoría prefiere oscilar.

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Una jaula de cristal retorna siempre a las grietas del origen. Por algún sitio,       de algún modo, escapó un fénix, que ahora culmina su fuego. Las cenizas arden y regresan a quebrar lo roto. Destellos ocultan lo inasible del fulgor severo que prolonga la noche en los ojos, alivio de viento que nada deja, ni forma oscura, dispersa, envolvente ni brillo que cae y ciñe alas.
                Al fin una infinita ave.

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joaquín moirá azota su espalda con inexpugnable fervor            es           una        otra       y otra más las veces del rasgamiento de su pasado                    marcial llega y un tajo basta                      
la cimitarra hiende el cuello        cabeza al suelo la culpa no exigía más

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fitzgerald            pequeño asintomático                                se deleita en las noches de las risas       
el vacío grotesco de su cara se pronuncia permanente                                incluso en vida                 incluso

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lizardo vacila entre puerto o libertad                     se contagia a sí mismo de urdimbres góticas      un fragmento al día de piel es roca                       marcial llega y de su lengua el mazo                       los días no vuelven         al mar el sol        uno        dos        tres                vapor de sal

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el fragor es su virtud      soy madera        la conciencia es mi insecto

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los sinestésicos vulnerables arremeten                               la orbe que los circunda les paga con murmullos              un criterio es un diente es dureza es fortuna es lo impuro es el acabose en sí mismo                               la orbe invulnerable segrega ocio

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cien metales no son libres          uno por cada sendero eleva el ruido de uña que rasga el metal contigüo                            cien uñas de metal que consideran ser vestigios inflaman la cordura en superficies negras                 cien filos sordos se arrojan a las hendiduras del oído

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Lo nuestro es la predación. Comemos carne porque somos carne. Pertenecemos a una especie que se pierde en la luz. Subsistimos en las sombras de las estatuas que veneramos con trozos de cuerpos de otros en los dientes. No podemos más que comer carne. Soñar carne. Crear carne.
                El espíritu es columna de agua bajo un cielo de colmillos. De la carne es el reino.

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- tumbar los pilares. abatir los añicos. esnifar el polvo circundante -

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Comparto el placer de la daga con que parto los cómo

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Mi mente está encriptada, aunque por fortuna poseo ganzúas, como la fruta, el aire, la risa: la risa abstracta.

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Ayer pensaba algo sobre los animales que ya olvidé.
Seguro los animales me piensan e instantáneamente me olvidan.

A mano.





 El Aforista