SILOGISMO CON BATRACIOS
En mi tierra, a los delatores los llamamos sapos.
Tratando de ennoblecerlos, el sátrapa de turno les da nombres eufemísticos.
En el régimen que nos toca vivir los llaman patriotas cooperantes.
Sin embargo, por más que lo beses, el patriota cooperante no se transforma en príncipe azul.
CONDUCIR EN EL PUERTO
Conducir en el puerto es protagonizar un inquietante videojuego. Uno donde no hay vidas extras, ni maneras de rescatar a la princesa, y -en cada cruce, en cada semáforo, en cada paso peatonal- el "game over" siempre está al asecho.
NOCTURNO EN CHÉSTER
Estaban acuclillados en el portal. Tenían una vela encendida, una cuchara, una jeringa y no más de quince años. La patrulla llegó en silencio, apenas con las luces de la coctelera proyectando azules en las paredes. Uno de los agentes se bajó. Varios curiosos los rodearon. Luego, una discreta ambulancia. A los pocos minutos se fue con sus luces rojas rasguñando la noche. Después, también los policías y los curiosos. No quedó nadie. Sólo nosotros, turistas que miran y miran los escaparates de las tiendas, con una sensación rara repiqueteando en lo profundo. Algo sobre las distancias y el destino de los hijos.
MAMÁ PREFIRIÓ MORIRSE LENTAMENTE
Mamá prefirió morirse lentamente. Esperó hasta que pudieran venir a despedirse de ella todos los vecinos, los familiares lejanos, los que estaban en costa firme, el sobrino que estudiaba en Europa y la ahijada que vivía en Japón.
Tanto duró su agonía que ya nadie creyó en su muerte cuando ocurrió. Incluso se le estuvo llevando la comida y los remedios durante varios días después.
Mamá, que conoció de niña la pobreza, siguió dejando limpio el plato y tomando sus pastillas: ‒Tú sabes, mi hijo querido, botar la comida y los remedios es pecado, y los muertos no nos podemos dar el lujo de pecar.
PERSPECTIVAS
Desde este ángulo de la plaza veo pasar los trenes como si cruzaran por entre los chorros de la fuente. El agua cubre el techo de los vagones, humedece las paredes de metal y se mete a raudales por las ventanas abiertas. Nunca falta la mujer, el ejecutivo, el viajero casual que, desde sus asientos, a través de los cristales, enjugándose las frentes, intentando secarse las ropas con pañuelos inútiles, me miran con rabia atávica. ¡Ni que yo tuviera la culpa de que se hubiesen mojados!
ARNOLDO ROSAS (Porlamar, Venezuela 1960), ha publicado los libros de relatos Para enterrar al puerto (1985), Olvídate del tango (1992), La Muerte no mata a nadie (2003), Sembré los muertos (2013) y De amores y domicilios (2014); la novela corta Igual (1990) y las novelas Nombre de mujer (2005), Uno se acostumbra (2011), Massaua (2012) y Un taxi hasta tus brazos (2015).