Ferroviario


A José Antonio, ferroviario de los de verdad

Soy ferroviario. Trabajo en la compañía del ferrocarril, quiero decir. ¿Eso me hace ferroviario? No lo sé. Me da igual. Yo digo a quien me pregunta que soy ferroviario.

Nunca imaginé que sería ferroviario. No era como esos niños soñadores, que tienen siempre un ojo en lo que quieren ser de mayores. Yo quería ser mayor. Con eso me bastaba. Todo lo demás llegaría, tenía que llegar, y por eso me importaba muy poco. Preocuparse por cosas que pasarán de todos modos me parece una manera bastante extraña de ocupar el tiempo. Yo prefiero pasear, fumar un cigarro, charlar con los amigos. Beber cerveza. Pero no preocuparse por el futuro. El futuro no existe. Es una distracción para llenar una cabeza vacía.

En cambio, a mí lo de ferroviario me vino como caído del cielo. Nunca había pensado en ser ferroviario. Leí un anuncio en el periódico, cogí el teléfono y pedí información. A la semana siguiente, ya estaba trabajando. Pues claro. Sólo se necesita un poco de decisión para ser ferroviario. Decisión, decisión y buenos brazos.

Unos buenos brazos son muy útiles para un ferroviario. Porque hay que empujar. Tirar. Asir. Coger. Agarrar. Y unos brazos fuertes y resistentes, lo reconozco, son muy útiles para un ferroviario. Sin unos buenos brazos, no vale la pena que te molestes. Quédate en casa, soñando con ser ferrovia¬rio. Los ferroviarios tienen brazos fuertes. Los ferroviarios no sueñan.

El trabajo es agradable. Monótono, pero agradable. La monotonía no tiene por qué ser desagradable. Yo quiero a mi mujer, y no me aburro de hacerlo. Hace quince años que la quiero, y no me aburro en absoluto. Los que se aburren haciendo lo que les gusta son hombres sin convicciones. Pero un ferroviario debe tener muy claro lo que quiere. Si sabe lo que quiere, un ferroviario no se aburre. De ninguna manera.

Además, siempre hay tiempo para reunirse con los amigos en la cantina y tomarse una cañas. Charlar con los amigos no me aburre, y eso que lo hacemos un día sí y otro también. Siempre hay alguna cosa de la que hablar. Lo importante es sentarse juntos y beber cerveza. Lo demás viene solo.


Una vez, mientras bebía cerveza, entró en la cantina un amigo del colegio. No me reconoció al principio, así que me levanté y me acerqué a él. Tampoco era el mismo, ni mucho menos. Estaba gordo y tenía la cara triste. Charlamos un rato. De los viejos tiempos, las mujeres y cosas por el estilo. Me dijo que teníamos que volver a vernos. Pero no lo decía en serio.

Luego estuve pensando en él. Me habló de su trabajo, de la pasta gansa que ganaba, de las vacaciones. Tenía hijos, claro. Dos, un niño y una niña; pero hacía esfuerzos para no pasarlos por alto. Al menos, eso me pareció a mí. No era un hombre feliz. Era un hombre como los demás. No como yo. Yo soy ferroviario. Y eso te marca. Ya lo creo que sí. Te marca para siempre.

Para un ferroviario, las preocupaciones de la gente tienen muy poca importancia. Muy poca. Un ferroviario se preocupa por las agujas, por las catenarias, por los enlaces. Del trabajo del ferroviario depende mucha gente, y no puede descuidarse. Aunque no se nota, el trabajo del ferroviario es necesario para muchas cosas. Y las cosas de las que se debe preocupar el ferroviario le hacen olvidar las demás. Y eso no es malo. No, eso está bien.

Un ferroviario es un hombre que vive en la tierra. A un ferroviario no le habléis de proyectos. Yo no tengo proyectos. No los necesito.

Un ferroviario tiene unos buenos brazos. No juguéis con un ferroviario. Podría partiros la cabeza como se parte un melón maduro. Yo tengo unos buenos brazos, y eso me hace ser respetado. Es importante hacerse respetar. Sobre todo si eres ferroviario.

Soy ferroviario. Nunca pensé en ello cuando era pequeño. Pero tal vez eso me hace ser un buen ferroviario. Un ferro¬viario no debe pensar demasiado. Debe actuar. Ese es su pensamiento. Actuar en el momento justo y ayudándose de sus brazos.

Yo soy ferroviario. Un ferroviario de los buenos. No me hace falta que me lo diga nadie. Lo noto. Lo veo con la claridad con la que van los vagones uno detrás de otro siguiendo a la máquina. Eso me basta. Esa es toda mi vida. Y no necesito nada más.

José Luis Trullo