Bola de juego, set y partido


Una mañana, al sentarme como cada día en mi puesto en la oficina, encontré un mensaje escrito a lápiz directamente sobre la mesa. "Mira debajo", leí, señalando con una flecha la unión entre el tablero y la pata derecha.

Obedecí, entre curioso y escamado. Justo en el lugar indicado, había un papelito doblado en ocho. Lo abrí cuidadosamente, pues era muy fino y de textura quebradiza, casi como una oblea. Decía: "Te espero a medianoche en la pista de tenis. Trae la raqueta. Ven solo".

Pasé el resto de la jornada dudando entre desechar la propuesta o acercarme hasta el polideportivo de la empresa, el cual había frecuentado tiempo atrás pero que en los últimos meses tenía casi olvidado.

Al final, opté por acudir. Mi vida no está llena precisamente de invitaciones a la aventura, y aquello podía ser -¿por qué no?- el comienzo de una. Tal vez algún antiguo competidor quería desquitarse por una amarga derrota, o una admiradora secreta se había decidido a dar el paso y proponerme una relación extramatrimonial (para ella: yo estoy soltero), o un compañero iba a invitarme, entre drive y revés, a participar en una operación poco clara, pero sumamente rentable. No sería la primera vez.

Accedí a la pista a la hora indicada. El recinto está abierto las 24 horas del día (somos una empresa con un alto compromiso con el bienestar físico de los empleados) y podemos disfrutar de sus instalaciones en cualquier momento, así que al conserje no le llamó la atención que lo hiciera solo y a medianoche. Encendí las luces y esperé, calentando un poco para desentumecer las piernas.

Pasaron los minutos. Nadie acudía. Empecé a impacientarme. ¿Y si todo había sido una broma de mal gusto de algún colega resentido por vete tú a saber qué? Transcurrida media hora, me dispuse a abandonar la pista, pero justo en ese momento se apagaron los focos. Me sorprendió un poco, aunque no hasta el punto de alarmarme; seguramente había algún dispositivo nuevo que detectaba cuándo los jugadores abandonaban el recinto y lo hacía él de forma automática.

De repente, cruzó el aire una pelota proveniente del otro lado de la red y botó limpiamente ante mi perpleja mirada, perdiéndose por la línea de fondo. Fui a la caja de luces y encendí de nuevo los focos para sorprender al oculto jugador que se había permitido abusar de mi paciencia de aquel modo.

Nadie.

Apagué las luces de nuevo y esperé. Una nueva bola surcó el espacio, aunque esta vez impactó directamente sobre mi cuerpo. Me puse en guardia. A la próxima ocasión, pensaba devolver el golpe con un fuerte raquetazo, fuese quien fuese el que me había lanzado aquella pelota desde la oscuridad.

No tardó en llegar. ¡Zas!, golpeé con decisión. La  bola se la tragó la medianoche. Otra más. ¡Zas! Y otra. ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! Así, durante media hora, quizás más, porque perdí la noción del tiempo, e incluso de la realidad. ¿Quién era aquel adversario que me retaba desde las tinieblas? ¿Qué pretendía? ¿Por qué no daba la cara? Vanas preguntas: ya estaba yo demasiado enfrascado en el juego: ¡zas! ¡zas! ¡zas! Fuese quien fuese, desde luego sabía lo que se hacía. No fallaba ni un golpe. Su precisión era casi sobrehumana.

Desde entonces, mi contricante fantasma y yo hemos repetido en muchas ocasiones nuestro espectral partido. Pueden pasar días, semanas o meses, pero al final siempre acabo encontrando el mensaje escrito a lápiz sobre la mesa, y la nota doblada en ocho entre el tablero y la pata derecha: "Te espero a medianoche en la pista de tenis. Trae la raqueta. Ven solo". Y nunca fallo.

José Luis Trullo






MICROFICCIÓN

La tiranía de los espejos, de Vitale

De niño, en el barrio, se relataba la aventura de un vecino que había sobrevivido a un naufragio flotando durante una semana sobre una puerta. Desconozco quién era e incluso si la peripecia acaeció de verdad, pero no dejo de meditar en ese hombre, azul y agua, negro y agua, asido a una puerta por la que no es posible huir.

Diez micros de Ortiz Soto

Hundido en su sillón, Dios mira llover. Es el día cuarenta por la mañana, pero la oscura bruma no permite saberlo. En los escarpados picos de las montañas más altas, animales y humanos se disputan un palmo de tierra que, minutos después, yace bajo el mar. Son las agotadas aves migratorias las últimas en caer. En medio del océano anegado de muerte va el Arca con los pocos bendecidos. Aquello es todo lo que queda de su gran obra. Dios no puede más con tanto dolor y dispara…





HAIKUS


Herme G. Donis nació en Villalón de Campos (Valladolid) en 1951, aunque desde su infancia se encuentra ligada a Asturias. Ha publicado los libros de poesía Catón de infancia (Avilés, 1983), Marginalia urbana (Oviedo, 1986), El fuego desvelado (Madrid, 1987), Mientras el tiempo pasa (Mieres del Camino, 1989), Peregrinas andanzas (Gijón, 1997) y Vida y memoria (Antología 1983-2002). Actualmente reside en Madrid, donde colabora asiduamente en diversos diarios y revistas especializadas en literatura. Los haikus que publicamos han sido seleccionados por la propia autora.

Los haikus de León Molina

León Molina nació en Cuba en 1959 y llegó a España en 1966. Actualmente su vida se reparte entre la ciudad de Albacete y la aldea de Yetas, en el municipio de Nerpio, en la sierra albaceteña. Se declara a sí mismo como "un empedernido lector de poesía y apasionado observador de la naturaleza. Y suelo tener a mano papel y lápiz". Ha publicado varios libros de poesía (el último de ellos, El taller del arquero) y una recopilación de sus aforismos (titulada Mapa de ningún sitio) en la editorial sevillana La Isla de Siltolá. 




AFORISMOS


Alejandro Lanús (Buenos Aires, Argentina 1971), es un escritor y poeta creador de aforismos, autor de Umbrales. Pulsaciones de una verdad esquiva, de la que proceden los textos que aquí reproducimos. Es la suya una concepción del aforismo estrictamente poética, que se decanta por la insinuación gnómica que entronca con la tradición oriental, principalmente de ascendencia budista y zen, dejando de lado la vena moralista clásica de la escuela francesa. Incidiendo en la contradicción que implica lo creado y la necesidad de superarla mediante un salto epistemológico que trascienda la dualidad, Lanús alumbra trallazos de luz para tratar de ubicarse fuera de la tensión de lo real, e invitar al lector a acompañarle en su viaje.


Karlos Linazasoro (Tolosa, 1962) es licenciado en filología vasca y bibliotecario de profesión. Ha cultivado, en euskera, casi todos los géneros literarios: literatura infantil y juvenil, narrativa, teatro, poesía y periodismo. Aunque el grueso de su obra se ha publicado en euskera, se han sido traducidas al castellano: Depósito ilegal (Alberdania, 2006) y Itoko dira berriak. Ménsula que el cielo sostiene (Atenea, 2005). En el ámbito aforístico, ha publicado Lo que no está escrito (Eclipsados, Zaragoza, 2010). Los aforismos que presenta Microfilias proceden de su último libro, Nunca mejor dicho, recién publicado por la editorial Trea, de Gijón.




NANOENSAYO


José Luis Trullo comparte con nosotros tres notas de opinión reflexiva, o reflexión opinativa, sobre otros tantos temas de actualidad: el culto a la emoción en la cultura contemporánea, la manipulación inherente a los discursos contrarios al miedo, y la apuesta por el concepto de esmero frente a la exaltación del esfuerzo como fuente de acierto en las propias acciones.


Leyenda y función de la utopía

Contra cierta tendencia actual a reivindicar, de nuevo, un concepto tan añejo y caduco como el de utopía, el profesor Miguel Catalán nos advierte acerca del peligro que acecha detrás de sus cantos de sirena, y que no es otro que la fácil consolación imaginaria y sus efectos disuasorios respecto a una transformación efectiva de la realidad.




DIETARIOS


El escritor chileno Álvaro Campos escribe: "Desconfio un poco de los que sienten la literatura como algo suyo, desconfio en que la utilicen, orgullosos, como un medio para algo más. No existe ese "suyo", no existe ese "algo más". Sólo existe el malestar, el desgarro, la impotencia del choque de la ola turquesa de la imaginación, contra la masa tosca y gris de la arena de la realidad. El que escribe está condenado a desplazarse descalzo por la fisura, por los dolores del nómada, por los desvelos de la presa. Convaleciente del mundo, ni real ni imaginado, segrega algo que no sabe y en lo que no cree, algo que no genera ninguna ganancia y protección. El que escribe es sacerdote y sacrificio al mismo tiempo. Entonces ¿Que le pide el escritor a sus dioses mudos? Pide que lo liberen del pedir..."