MICRONESIA 26


Siete micros de Arnoldo Rosas


EXTRATERRESTRES

Cuando oíamos que Goyo le pegaba a su mujer, o que Beto le robó la herencia a los hermanos, o que Moncho le cayó a tiros a Yaco porque le enamoraba la nieta, o que Chuma violaba a su propia sobrina, o que Charo parió y abandonó al bebé en unos matorrales para que se lo comieran los gusanos, papá negaba con la cabeza, arrugaba los labios y decía:

—Definitivamente, somos extraterrestres.

Después, como para despejarse, montaba en su platillo volador y le daba una vuelta a la galaxia.


GRISES

Una barcaza gris en el medio del mar gris. Tres pájaros grises cruzan el cielo gris. Y todo en calma.





CON TODA LA RABIA DEL FRACASO

Las balas salpican la tierra a sus pies sin alcanzarlo. Corre entre el follaje y dos granadas explotan tras de sí. De un solo brinco escapa al obús que revienta en los tambores de gasolina, incendiando la noche. Las llamaradas no lo tocan, un doble salto mortal le ha permitido arribar sano y salvo tras el muro de piedras de la fortaleza. Al socaire de la pared, intenta en vano encender un cigarrillo, dos, tres, cuatro veces. La andanada de bombas retumbantes a su alrededor no impiden escuchar clarito cuando susurra: «Maldita sea»; y arroja iracundo el encendedor y el cigarro hacia lo lejos. Con toda la rabia del fracaso, vuelve ágil a la acción.


EL DIABLO

Por carnaval, por cuaresma, por Corpus Christi, el Diablo recorría las calles, tiznado y brilloso, con cuernos de macho cabrío, alas de murciélago, cola de mantarraya ponzoñosa enroscada en tirabuzón, ojos ardientes como carbúnculos, escupiendo ríos de sangre, amenazando con tridente de acero renegrido a cuantos se topaba, exigiéndoles dinero contante y sonante a cambio de la integridad de sus cuerpos y almas, en un baile sinuoso de serpiente, al compás de una bullaranga de tambores hechos con latas vacías de manteca vegetal y galletas de soda, que se escuchaba a la distancia, me ponía la piel  de gallina y me hacía correr despavorido a esconderme tras el sofá de semicuero verde, debajo de las camas, en los rincones más oscuros de los escaparates, en el fondo de la letrina del patio donde (gracias al Cielo y a mis oraciones) nunca me encontró.


TRAS LA PUERTA

Una puerta con aldabas de metal pesado que semejan monstruos míticos y cerradura como boca de fiera.

Tras ella, un niño en un rincón temblando, un viejo enfermo, una familia durante la cena de año nuevo, un velorio con cuatros cirios y coronas de flores o el amor.

Toca, toca, a ver quién abre.


TIRANOSAURIO REX. ÚLTIMA HORA EN EL BAR

Tanto afán. Después cae un meteorito y se acaba la vaina.


DESPUÉS NO HABRÁ NADA

Después no habrá nada;  sólo un largo silencio, el vacío, nada. Tú lo sabes, todos lo sabemos. Anda, deja ya de hacernos perder el tiempo. Ponte tu mejor traje, los zapatos nuevos, el reloj de oro. Péinate y métete de una vez en la urna que todos te estamos esperando.



ARNOLDO ROSAS (Porlamar, Venezuela 1960), ha publicado los libros de relatos Para Enterrar al Puerto (1985), Olvídate del Tango (1992), La Muerte No Mata a Nadie (2003), Sembré los muertos (2013) y De amores y domicilios (2014); la novela corta Igual (1990) y las novelas Nombre de Mujer (2005), Uno se acostumbra (2011), Massaua (2012) y Un taxi hasta tus brazos (2015).



 El Aforista