Cuatro micros de Daniel Frini


La leyenda del hombre amantísimo

Cuentan los viejos de mi pueblo que en la sierra había un hombre que amaba a su familia como nadie, nunca, entendió el amor.

Cierto día, cuando sus hijos eran aún niños tuvo una visión: El llanto desconsolado de ellos velando su cadáver, y a su mujer dejándose morir de tristeza. Con el corazón estrujado por el dolor, supo qué debía hacer. En los años que siguieron se dedicó a la bebida, al juego y a las mujeres de la vida; gastó su dinero en lujos mientras los suyos pasaban hambre; faltó a cumpleaños y aniversarios, olvidó navidades y pasó cada noche vieja con una amante distinta y en su propia casa; mezquinó luces y comodidades y evitó, aduciendo avaricias de todo tipo, que hubiera calor en los inviernos. Soportó gritos y golpes retrucando con sonrisas sarcásticas; cultivó amistades entre sujetos olvidables y se arriesgó en dominios del hampa dilapidando pequeñas fortunas y obligando, más de una vez, a su mujer e hijos a dormir en sucios hoteles y aguantaderos por haber perdido casa y bienes.
Viejo de años y sabedor de que el fin estaba cerca buscó la wiskería más sucia y a la mujer más enferma y pasó días enteros con ella. Murió sobre la puta, que se pagó sus servicios con los últimos billetes que tenía el muerto.

No dejó nada en herencia para los suyos que lo enterraron en cajón barato y sin bendición del cura y sin velarlo.

Tanto amó el hombre a los suyos que, por amor, se hizo odiar. Así fue como triunfó y les evitó la pena de su partida. Pronto fue olvidado. Nadie recuerda su nombre y, menos aún, dónde fue enterrado.



Apenas minutos antes de la orden de ataque

—¿Cómo que llamás desde Córdoba? ―dijo, con asombro y mirando al auricular — ¿Cómo conseguiste hablar con el Cuartel General? ¡Dale! ¡No es momento para bromas! ¡Por aquí todo está dado vueltas y no tenemos tiempo para conversar! ¡No mamá, no estoy con mis amigotes! ¡No, no estamos tomando nada! Es difícil de explicar, mamá, pero no podemos —repito: no podemos― hablar ahora. Estamos en alerta rojo y es una situación crítica, mamá ¡No, el idiota del Chicho no está conmigo! ¡Y el Lechu tampoco mamá! En este momento el General en Jefe está dando las últimas directivas antes de… ¡No, mamá, ya no salgo con Fernanda! ¡Y no es una trolita, mamá! Oíme, tengo que cortar porque me llaman de Planificación de Operaciones y tengo… ¡Hace años que no juego mamá! ¡Y acá no hay casinos! Tengo a cargo una división de Infantería de Marina y nos preparamos para… ¡No mamá! ¿Y qué hacés en Córdoba? Te avisé hace tiempo que no debías ir para allá ¡Y te rogué que me hicieras caso! No, mamá… No… Te lo repito, ahora… No... ¡Que te tenés que ir de ahí! ¡Ya! ¡No me importan tus amigas mamá! Me están llamando para… No, mamá. Mis soldados están esperándome. Si, mamá. Te lo ruego, ándate ya mismo. Daré la orden para que una nave de rescate pase a buscarte… ¡No, mamá, dejá la perra ahí! ¡Y tampoco podés llevarte las begonias! ¡Mamá, la nave solo tiene lugar para vos! Que no, mamá ¡Soy Comandante Imperial de la Fuerza de Invasión Marciana a la Tierra! ¡Córdoba será uno de nuestros primeros objetivos y vos no deberías estar allí de vacaciones, mamá!



Se necesita un manual de autoayuda para fantasmas

Zacarías Ayala era muy feo. Y era curandero. Arte que heredó de su abuela, famosa por el litigio que le ganó, allá por el cincuenta, al doctor Zamponi, quien la había denunciado por ejercicio ilegal de la curandería.

Ayala fue contratado por la viuda del alemán von Staffel, doña Nieves García Rodríguez, hija del que fuera gobernador antes de la revolución del sesenta y uno. No está clara la naturaleza de su trabajo, pero al cabo de tres meses, el curandero estaba viviendo con la viuda, en el casco de la estancia del alemán. Desde esa época se le conoció en el pueblo como el Yeti Ayala, el abominable hombre de la Nieves.

Von Saffel todavía habitaba la casa, en calidad de fantasma, y sospechó algo cuando el olor a sahumerios —a los que siempre fue alérgico— comenzó a afectarlo. Cuentan los peones que era muy común escuchar los estornudos del finado, aún durante el día.  El Yeti alegaba que el patchouli mantenía a raya a la culebrilla, al mal de ojo y a los cornudos.

Celoso, el fantasma decidió asustar y echar de su casa a su reemplazante; para lo cual una noche abrió la puerta del baño, con la peor cara de muerto que pudo poner.

Ayala se estaba afeitando. Von Saffel no vio a uno, sino a dos feos: el original y al reflejado en el espejo. Su terror fue tal que desapareció para siempre de la estancia.
Esto ocurrió hace más de treinta años. Aún se escuchan sus estornudos en medio del campo. Se agravó su alergia. Ahora no soporta ni el olor a soja.



Dirán, con temor, nuestro nombre en los fogones

Drop me miró, y supe lo que pensaba. Desde niños nos entendimos con la mirada. La bella Targ estaba bañándose en el arroyo que está a dos tiros de piedra de los Árboles donde pernocta el clan. Estaba hermosa con sus brazos peludos y sus pechos caídos. La ataqué con una piedra. La llevamos hasta el Gran Árbol Viejo. Mientras esperamos que despertase, se desató una tormenta. Como es tabú tocar mujer dormida, nos refugiamos bajo La Piedra. Un rayo tremendo impactó directamente en la cabeza de Targ. Así inventamos la picana. Generaciones venideras resolverán como hacerla portátil o regular la intensidad del voltaje. Menudencias.

Después atacamos a Zrup, hijo de Fluj. Lo empujé y una vez en el suelo, Drop puso las manos en su cuello. Zrup dijo:

—¿Uhgg pllu kkhhugg?
—¿Que dijo, Grog? —me preguntó Drop, que no entiende el lenguaje del clan de La Caverna.
—¿Qué hacen, muchachos? —traduje.
—¡Ghh kkugghh sshgguhh! —dijo Zrup
—¿Y ahora qué dice? —me interrogó Drop
—Nada. Ahora se está ahogando porque le apretás el cuello —contesté.

Entonces, Zrup se marchó junto al Gran Espíritu.

Luego matamos a Ull, la de cabellos amarillos; al viejo Grp, a la bruja Jjgh y a Zop, domador del Gran Tigre; a Yog, a Xtog, a la gorda Hgg, al pelado Dyp, a Xorg, a Kxarg y al rengo Dpog. Todo eso en un sol y una luna; y por diversión.

Seremos recordados. Los primeros asesinos seriales de esta incipiente humanidad.



Daniel Frini es Ingeniero de profesión, escritor y artista plástico argentino. Nació en Berrotarán, Córdoba, en 1963. Redactor y columnista en varias revistas, colabora en blogs y e-zines (Axxón, Minimalismos, Medio Siglo, Químicamente Impuro; Ráfagas, Parpadeos; Breves no tan Breves; La Oveja Negra; Axxón; Micrópolis; miNatura; Plesiosaurio: Insolito e fantástico y Pegasus entre otros). Participó en varias antologías de narrativa y poesía. En 2000 publicó “Poemas de Adriana” (Formato digital, Ed. Libros en Red, Buenos Aires); y tiene varios libros de relatos, inéditos. En 2015, la Editorial Micrópolis de Lima, Perú, publicó en papel “Manual de autoayuda para fantasmas”. Algunas de sus obras fueron galardonadas con varios premios y traducidas a varios idiomas. Participó como jurado en varios concursos. Integró el Grupo Literario “Heliconia” y coordina, actualmente, el Taller Literario Virtual “Máquinas y Monos” de la revista digital “Axxón”.  Blog personal: aquí.


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