Carmen López
EL HOMICIDIO
Una mujer cortaba en fina juliana una cebolla sobre su nueva tabla de cocina, una Kuhn Rikon, marca suiza. Desde el salón llegaban las notas de la Tocata y fuga en Re menor, de Bach. Sin pretenderlo, cortó la falange del dedo medio. No sintió dolor. Probó a cortar la falange del índice. Tampoco sintió dolor. Sorprendida de semejante hallazgo, el de su carne indolora, siguió cortando dedo tras dedo. El rojo vivo se mezcló con los aritos de cebolla, y comprobó que le gustaba tan original bodegón. Pensó: "¿por qué no?". Y decidió cometer su propio homicidio. Siguió rebanando su mano, después su brazo, luego sus piernas, el tronco y el resto del cuerpo... La cabeza le costó trabajo: demasiados huesos. Cuando sólo quedaba la mano homicida, aterrorizada por el terrible crimen que acababa de cometer, soltó el arma y salió huyendo.
Una mujer cortaba en fina juliana una cebolla sobre su nueva tabla de cocina, una Kuhn Rikon, marca suiza. Desde el salón llegaban las notas de la Tocata y fuga en Re menor, de Bach. Sin pretenderlo, cortó la falange del dedo medio. No sintió dolor. Probó a cortar la falange del índice. Tampoco sintió dolor. Sorprendida de semejante hallazgo, el de su carne indolora, siguió cortando dedo tras dedo. El rojo vivo se mezcló con los aritos de cebolla, y comprobó que le gustaba tan original bodegón. Pensó: "¿por qué no?". Y decidió cometer su propio homicidio. Siguió rebanando su mano, después su brazo, luego sus piernas, el tronco y el resto del cuerpo... La cabeza le costó trabajo: demasiados huesos. Cuando sólo quedaba la mano homicida, aterrorizada por el terrible crimen que acababa de cometer, soltó el arma y salió huyendo.
La policía no encontró en el domicilio más pruebas que las huellas dactilares de la víctima.
TSUNAMI
Echó a andar hacia el mar. Él la veía avanzar, inquieto. Que voy, que vengo en azaroso vaivén y agitada respiración que se estrellaba contra la playa y arañaba la arena. Ella continuaba decidida pisando los surcos dejados por él. Él retrocedía cada vez más, y refrenaba su arremetida hacia delante con tal de no rozar su piel.
Pero ella, desnuda y radiante como la luz de la mañana, estiró sus brazos y se zambulló entera. Entonces él, como si hubiese recibido una descarga eléctrica, se replegó hacia atrás y se volcó en una inmensa ola al otro lado del horizonte, dejando tras de sí una desolada hondura con toneladas de sal y miles de peces muertos.
BREVE HISTORIA DE UN ESTORNUDO
Se acercó la taza para beber el primer trago. Antes de que rozase los labios, le sobrevino un estornudo. El café se derramó sobre su camisa blanca, como un tintero que se estrella sobre un folio impoluto, atravesó el fino tejido y trasparentó su blanco y labrado sujetador de estreno. Trataba de devolver el orden a aquel desastre cuando él se le acercó. "Disculpe, no he podido evitar verla estornudar, y permítame que le diga que ha sido el estornudo más hermoso que he visto jamás: sus ojos vidriosos y enrojecidos son encantadores. También lo es el estentóreo sonido del aire explotando en su nariz. Con qué gracia ha derramado el café… Y usted, afanada en limpiar su camisa mancillada... Es el espectáculo más maravilloso que he presenciado en toda mi vida".
En ese momento, dos hombres de blanco aparecieron por la puerta del local. "Ahí está, que no escape esta vez, que ya es la tercera en lo que va de mes". Y poniéndole una camisa de fuerza a la que no opuso resistencia, se dejó llevar hacia la salida. "Andando, Casanova".
EL GANADOR DEL TIEMPO
Existió un tipo que se pasaba el tiempo ganando tiempo. Ganaba tiempo mientras dormía: cerraba los ojos de inmediato y soñaba deprisa; así, se levantaba una hora antes de que sonase su despertador, el cual siempre ponía una hora antes de la hora debida, de modo que ya tenía una hora antes de una hora antes de la debida. Con todo ello, llegaba unas dos horas antes al autobús, que le dejaba tres horas antes en la puerta de su trabajo.
Ganaba tiempo al acudir a sus citas, llegando a los lugares incluso antes de concertar hora para una cita. Le ganaba tiempo a las colas del banco, a las citas de hospital, a la fila de Mercadona…
Se sentía orgulloso de ganar a todo tiempo y más tiempo, hasta que un buen día se dio cuenta de que había acumulado tanto, que este se le vino encima. Murió sepultado por un cúmulo de horas.
Presentamos una brevísima selección de microrrelatos o minificciones, de otros tantos autores latinoamericanos, realizada por nuestra coeditora Patricia Nasello. Todos ellos son escritores de una dilatada trayectoria literaria y firmemente comprometidos con el género exiguo, por lo que de algún modo esta es una muestra de amplio espectro, muy significativa, del estado actual de la narrativa breve en Latinoamérica.
Roberto Villar: Todo tiene su luz
Todo tiene su luz para que sea posible. No sólo para que sea posible verlo, sino crearlo. La mañana, la tarde, la noche, el salón, el sofá. Todo tiempo tiene su tiempo y todo tiene su luz, su música, su clima.
Los anticuentos de Esther Roperti
Esta Cenicienta era muy lista. Cuando bajó corriendo las escaleras de palacio, no sufrió cortaduras en sus pies: sabía que las zapatillas de cristal producen heridas. Y que dejan un rastro que siguen los príncipes fetichistas.