MICRONESIA 009


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Tres micros no veganos
Daniel Battilana


¿Qué ocurriría si, en un futuro más o menos lejano, se prohibiese la ingestión de carne? ¿Qué procesos activaría una transformación social semejante? ¿A qué paradojas nos abocaría? ¿Y qué ganaríamos con el cambio? Sobre esta hipótesis, delirante o no, varios autores pergeñan sus microrrelatos, unos atroces, otros humorísticos, todos extremos, reunidos en el volumen Nadie se come a nadie, publicado por Libros al Albur, cuya segunda edición aumentada verá la luz los próximos días, y del cual entresacamos a continuación tres microrrelatos del escritor argentino Daniel Battilana. Es Battilana un autor fértil y cruel que nos regala su verbo penetrante como un martillo neumático, trepanando nuestras mentes con sus provocadoras audacias concentuales.


El cronolabriego y el cronoagricultor

Gastamos la tierra, la cansamos, la arañamos tanto y la drogamos tanto que ya no nos contesta con comida. Con el viaje en el tiempo llegamos hasta la tierra virgen, fuimos eligiendo los períodos más propicios, pusimos colonias con labriegos y agricultores. Cultivamos en varios dryas del cenozoico, colonizamos casi todo el holoceno, sembramos todo, en todo lo negro enterramos semillas, enharinamos las eras geológicas para producir alimentos que desnutran sistemáticamente el presente; es tanta la producción que por meterse en nuestros cultivos gran parte de los dinosaurios se extinguen envenenados con cereales y legumbres, modificamos los cultivos para que los mosquitos gigantes no apetezcan comerlos. En una brecha geológica que prefiero no revelar cultivamos hongos para la resistencia. Con instalaciones grandes pero no inmensas traemos al presente la proteína vegetal en forma de cubos concentrados. Cultivar en el pasado ha sido nuestra segunda gran invasión. ¿La primera? Invadir a la población con harinas, legumbres y cereales. Los colonos aprovechan la fauna que les provee su era.


La trigoevangelización

Los teólogos marinos y los sacerdotes vegetarianos salieron a recorrer el mundo, evangelizar a los animales, convencerlos de las apologéticas carnívoras. Yahvé y Abel ya habían sido excomulgados por carnívoros, al panteón de los dioses anatemizados por alimentarse como paganos. Entronizaron al agricultor Caín y a su padrastro Adán. Los teólogos marinos buscaron y no encontraron dónde los peces escondían a los cerdos, guardaban las vacas y los pollos que comían; torturas náuticas, sumergieron inquisiciones y navegaron testimonios y delaciones mamíferas. Los sacerdotes vegetarianos prefirieron el extermino de los animales que no contestaban a sus preguntas y de las especies que no chupaban, lamían o mamaban la soja y los licuados. Hasta llegaron a prohibir el consumo de huevos por considerarlos carne en potencia.

La carne es la nave

Sin carne, la sangre no tendría un lugar en el mundo; temerosos de una inundación sanguínea dispusimos no matar para comer, el constante derrame de sangre en los suelos podría transformar en carnívora a la madre tierra y devorarnos. La mejor arca de que disponemos son los cuerpos de carne. No sea que por el amor del enfermizo dios trigo nos envíen otro Noé, un Noé tan submarino que no reconozcamos ni su nave (quizá de carne) ni él encuentre dónde encallar a los nuevos hambrientos que rescató.




El Aforista




Roberto Villar: Todo tiene su luz

Todo tiene su luz para que sea posible. No sólo para que sea posible verlo, sino crearlo. La mañana, la tarde, la noche, el salón, el sofá. Todo tiempo tiene su tiempo y todo tiene su luz, su música, su clima.


Los anticuentos de Esther Roperti

Esta Cenicienta era muy lista. Cuando bajó corriendo las escaleras de palacio, no sufrió cortaduras en sus pies: sabía que las zapatillas de cristal producen heridas. Y que dejan un rastro que siguen los príncipes fetichistas.


La paloma de la realidad, de Álvaro Campos

La memoria se está gastando, las billeteras no pueden ocultarse más. Sólo queda algo único, antes de que el mundo se desmorone: el encuentro constante e inagotable con la paloma de la realidad...


Seis micros de Carlos de la Fé

A veces somos el último refugio sobre el que un ser anodino es capaz de aplicar un toque extravagante, chic o sofisticado a su triste y aburrida vida.


Juan Yanes: Mujer con maleta y otros micros

¡Ven y amémonos y olvidemos la crítica literaria, olvidemos a los exégetas y a sus epígonos y seamos felices! ¿Me oyes, Caperucita? Deberías decirme algo. Te estoy hablando muy en serio.


Libros al Albur