Cinco micros de Manu Espada


Manu Espada (Salamanca, 1974) es Licenciado en Periodismo por la Universidad Pontificia de Salamanca y Máster en Radio por RNE y la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado los libros El desguace (premio editorial Grupobúho), Fuera de Temario (Talentura), Zoom. Ciento y pico novelas a escala (Paréntesis), Un poquito de por favor. Manual para sobrevivir en una comunidad de vecinos (Temas de hoy) y Personajes Secundarios (Menoscuarto).



CAMBALACHE

Tras la última discusión decidí poner punto final a nuestra crisis de pareja. Al principio no supe qué hacer con tu cuerpo, así que te tuve tres días recostada en el sofá hasta que decidí enterrarte bajo las losetas del sótano. Fue entonces cuando comencé a imitar tu voz. Escuché el contestador hasta que hice mía esa forma de arrastrar la letra “erre”, como un gourmet francés. Luego estudié nuestros vídeos. Copié tus gestos rotundos, tu peinado caótico y esa manía tan tuya de mordisquearte la lengua con los paletos, como hacen los niños traviesos. Han pasado diez años desde que desaparecí y ahora te acusan de un crimen. Creen que me has hecho algo. Mi abogado ha presentado una apelación en el juzgado, pero mi única opción es que no registren la casa. Cariño, veo tu cara en el espejo y recuerdo que nunca fuiste rencorosa. Por favor, deja que recupere mi aspecto. Al fin y al cabo, yo te devolví la vida.



LA LLAMADA

Suena el teléfono de juguete que su hija tiene sobre la repisa del dormitorio. La niña aún no ha llegado a casa. Desde que murió su madre pasa horas en la calle con ese aparato hablando con algún amigo imaginario, pero en esta ocasión no se lo ha llevado. El padre de la niña descuelga, se acerca el auricular al oído y pregunta incrédulo: “¿Diga?” Una voz de mujer responde: “Se ha ido. Le he contado lo que me hiciste".



LA EDAD DE LOS ÁRBOLES

Dicen que se puede conocer la edad de un árbol contando las anillas concéntricas del tronco. El árbol que había sobre la tumba de mi padre tenía mi edad. Mi madre lo plantó cuando yo vine al mundo, justo el mismo año en el que mi padre murió en un accidente de tráfico. La visión de aquel manzano en la finca me perturbaba. Era como contemplar un árbol genealógico a la inversa, como una esquela de hojas caducas. Cuando cumplí los dieciocho años cogí el hacha y lo talé en finas láminas redondas como vinilos. Coloqué una al azar en el tocadiscos. Para mi sorpresa, el tronco tenía diecinueve anillas concéntricas. En el primer surco pude escuchar las promesas de mi padre y los llantos de mi madre. Cuando la aguja saltó al segundo surco escuché un sonido seco, como de crujir de huesos. Un leve quejido y el sonido de una azada removiendo la tierra. En el resto de anillas se escuchaba el sonido de los grillos y las plegarias de mi madre. Dicen que se puede conocer la edad de un árbol contando las anillas concéntricas del tronco, aunque para poder verlas, hay que cortarlo.



MAL DE AMORES

A la paciente le parecían preciosas las notas de amor que el médico le escribía en las recetas, por eso se enamoró del farmacéutico que se las leía.



CONEXIÓN

“Clara, con su cuerpo enredado entre las sábanas, exhala el humo del cigarrillo. El aroma a tabaco inunda la habitación”, leí en una página de aquella novela que me había llevado a la cama. “'Toma nota de mi teléfono:6076784539, dijo Clara”. No sé por qué lo hice, pero marqué el número. Me sentí estúpido. ¿Qué hacía llamando a un personaje de ficción? “Soy Clara, esperaba tu llamada”, dijo una voz rasgada. “Acabo de leer el cuento en el que marcas mi número”, añadió despacio. Una bocanada de Malboro apareció en el lado derecho de mi cama, anegándolo todo.



 Nosotros somos eternos



Santiago Gil: el nombre de los ausentes

Cada mañana escribía en un pequeño papel que luego se metía en el bolsillo, el nombre de alguno de sus muertos más queridos. Lo llevaba a todas partes y de vez en cuando recordaba la cara y los gestos del ausente. Al llegar la noche quemaba el papel y lo volvía a convertir en cenizas.

Tres micros de Alberto Sánchez Arguello

Caperucita se despidió de la abuela, apretó fuerte la canasta de comida y el fajo de dólares bajo su falda y se fue. Pasó un río amarrada a un neumático. Casi se mata al caerse del techo de un tren en movimiento.  Recorrió un desierto a través de infinitos túneles de tuberías oxidadas y malolientes.


Ocho micros de Elisa de Armas

Cada vez que termina un poema pliega el papel, forma una pajarita y la arroja por la ventana. Casi todas terminan en el suelo, arrugadas y polvorientas. Solo algunas, las portadoras de auténtica poesía, agitan las alas y se pierden en el horizonte.


Seis micros de Esther Andradi

Mi cara se parece cada vez más a una pasa. Las arrugas me visten la sonrisa de lomo de tortuga, el llanto de crisálida, la seriedad de pasa nomás. Por eso bebo tanto. Para macerarme en alcohol y así poder tragarme. Lástima que no puedo sobornar al espejo. Pero quizá termine disolviéndome en saliva, acogiéndome al privilegio de las hostias.


Gilda Manso: El viajero y otro micro

El hombre diminuto que vive desde siempre adentro del reloj de arena y el hombre no tan diminuto que vive desde siempre adentro del vientre de la ballena tienen algo en común: ambos creen que eso que ven es todo el mundo.


Tres micros de Javier Ximens

Las figuras del ajedrez, en perfecta ordenación, son ejércitos dispuestos a matarse por defender a su rey. Cuánto más me gustan tras la partida, amontonadas en la caja, las fichas mezcladas, ya sean blancas o negras, al margen del rango y sexo, tumbadas unas sobre otras, en una hermosa orgía bicolor. 


Seis micros de Francesc Barberá Pascual

Todo empezó cuando me trasplantaron las dos manos. En tan solo dos semanas ya era capaz de escribir y manipular objetos casi con normalidad. Sin embargo, aquello no era lo más asombroso. Al poco tiempo descubrí que podía tocar el piano, a pesar de no haberlo hecho en mi vida. Luego me pasó lo mismo con los malabares y la papiroflexia. Incluso llegué a hacer algún truco de magia.


Once micros de Sandro W. Centurión

La viste y enseguida supiste que matarías por ella. Te miró, y de inmediato supo que podría hacerte matar a quien quisiera.


Entrevista a Clara Obligado

Valeria Correa Fiz entrevista a Claro Obligado, reputada autora de microficciones y divulgadora del género a través de antologías y talleres literarios de merecida fama nacional e internacional.



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