Adela Gofran, Microjuegos


Adela “Gofran” Gómez Franco (Antequera, 1995) es graduada en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y Máster en Escritura Creativa. Interesada en la escritura creativa y en la corrección editorial, tiene un microrrelato («El engaño del sorteo») publicado en la antología Krampus de la revista La cabina de Nemo (número 2, enero de 2018), ha participado en distintas lecturas públicas y jam sessions, y ha sido finalista en certámenes como el VI Certamen María Carreira. Semanalmente publica sus microrrelatos en su blog de Blanca Ficción. El conjunto de microrrelatos que publicamos en Microfilias pertenecen a una colección hecha gracias a la colaboración de varios seguidores de Instagram, a la cual se llamó Microjuegos.


Cosquillas
Para Miguel Ángel «Kote»

Escuchó dos carcajadas al unísono, reconocidas, justo cuando tocó la puerta del cuarto de su hermano. Antes de que le respondiera, esperó unos minutos, pero sin permiso giró dubitativa el pomo. Podía oler el sudor, un aroma inusual y agradable, mezclado con agua de colonia, frescura de flores de lavanda. Un gran bulto se retorcía bajo las sábanas entre continuas risas entrecortadas, quizá ahogadas. Retrocedió con una mano en la boca y un no tan inocente «¡uy!». Con cuidado, para volver derrotada por la casualidad al estudio y darles intimidad, cerraba la puerta. Entre el hueco que se estrechaba, el bulto se alzó, deshaciéndose de las ropas de la cama y dejando al descubierto dos cabezas unidas por un mismo cuerpo y de simétricas sonrisas.


Dráculol
«¿Qué ocurriría si... tuvieses un vampiro friki 
del LoL como compi de piso?»,

Para Víctor Manuel Rubio 

«¿Te vienes esta noche aquí? Estoy solo». Seguro que también le pediría que se llevase el portátil. Sería otra primera vez que lo visitaban.

Ambos jugarían en la Liga de Leyendas —solo buscaba chicas con sus mismos gustos— y empezarían la cita por echar unas cuantas partidas clasificatorias. Irían en la línea de abajo: ella como tiradora, él como su apoyo. Ella estaría en oro I y además en promoción; él, en cambio, era un plata más.

Mientras yo subía por las escaleras del bloque tras una noche de fiesta, pude oír los gritos. Las acusaciones, más bien. Me he cruzado con ella en la planta: sale abrazada a su funda con los ojos rabiosos. Cómo la entiendo... Dentro del limpísimo salón, él, con una sonrisa de puntiagudos colmillos, ha cerrado la sesión del juego con un nuevo ascenso.


Espejismos

«¿Qué ocurriría si... se abre una brecha espacio-temporal 
donde nos encontramos a nosotros mismos 
pero en el sexo contrario?»,

Para Paula González Martín

Será la última ocasión en que quiebre otro reflejo. Desde hace meses la imagen le miente: quienes se contemplaban en el espejo veían otre yo en un sexo distinto. No solo pasaba consigo, sino que lo había comprobado varias veces observando tras la puerta a sus padres mientras se arreglaban para espabilarse. Elle también había sido presumide, pero las visiones le abrumaron y tendía a huir de ellas. No fue hasta ayer el día en que consiguió detenerse unos minutos en sí misme, dentro de la intimidad de su habitación, cuando aún no le habían repuesto el que había destrozado la semana pasada. Estaba presente en el cristal de su ventana, sentade a medio lado sobre la cama, en un perfil sin definir por la transparencia —en el cuerpo le nacía naturaleza: los árboles caducos del arriate y una reja que los separaba del recinto de la piscina. Se levantó para tomar la perspectiva del cuerpo completo y se acarició un cabello largo, rubio, ondulado, que físicamente no estaba; palpó su escaso pecho, la parte aun así que más resaltaba de su figura; bajó acariciando con las manos hasta sus caderas y clavó las uñas para despertar el dolor, y finalmente, avanzó hasta la entrepierna dubitative. Tenía que mirar el espejismo para luego vislumbrarse con sus propios ojos. No lo entendía. Con rostro arrepentide, había roto la única ventana que dejó pasar un poco de luz.


Un beso de amor verdadero

«¿Qué ocurriría si... una rana 
antropomorfa llegara al gobierno?»

Para Pablo Cuenca

Está esperanzado en la inmediata reunión. La afamada rana presidenta había triunfado en una última rueda de prensa. Los votantes estaban contentos con sus gestiones: una política muy concienciada en el medio ambiente, sin contaminación; una totalidad de mujeres en su Consejo de Ministros, y un gran interés en el diálogo no solo con los diputados de los otros partidos, sino también con los medios de comunicación y los propios ciudadanos. Aun así, todo este amor que ha estado recibiendo le resulta insuficiente. Cuando llega a una de las más recónditas salas del Congreso, se sorprende por las compañías inoportunas de la vicepresidenta. Le invitan a sentarse y le ofrecen del maletín camuflado sus primeros e inesperados sobres. Mira de reojo, titubea, pero los besará. La luz que entonces expulsará su cuerpo dejará entrever una cara de barba incipiente.


Patatas

«¿Qué ocurriría si... te comes unas patatas revueltas 
pero no están revueltas y además son liebres 
pero tienen cuernos y saben hablar y tien...? 
(es decir, sobre patatas revueltas y liebres)»,

Para Javier Guisado «Irquís»

Ante tanta revuelta protagonizada por las otras carnes, más de liebres, se picaron y se volvieron bravas.


¡Achís! 

«¿Qué ocurriría si... estornudásemos con los ojos abiertos?»,

Para Blas D'Amelio

En el día que habían predicho como el último del mundo, él se había resfriado; tan solo salir a tirar la basura había sido suficiente. Tenía planeado ir a una cena de Navidad que habían organizado los compañeros del máster y apenas podía separarse del paquete de pañuelos con olor a menta, pero, incluso en ese estado, no aguantaba las ganas de un poco de fiesta y de flechazos luego en la discoteca. Cargado de ibuprofeno y paracetamol, se presentó en la puerta del restaurante, donde ya había algunos esperando la hora de reserva. Ellos le confirmaron que tenía mala cara, más aún lo pensaron cuando empezó a estornudar. Fue una única tanda eterna y descontrolada, un achís detrás de otro, con baba, sin ella, con mocos, apurando el pañuelo del bolsillo llevándolo a la nariz. No escuchaba cómo las conversaciones se interrumpían en llantos, en gritos, en miedo, sumado a los silbidos naturales; tenía los oídos taponados y le dolía la cabeza. Aquello no se detenía y se forzó a abrir los ojos. Con los dedos como palancas, levantó los párpados: las pupilas huían el regreso de la luz ante tanta agitación del cuerpo, pero irremediablemente presenciaron la catástrofe, el fin del mundo, los fuertes vientos, el nacimiento de huracanes desde sus orificios nasales y la desaparición de sus compañeros.


Pelopicopata

«¿Qué ocurriría si... un pollo unicorniado estresado 
te invitara a tomar un café con una jirafa 
retrasadamente bella?»

Para Raúl Berdún «RaðWolf»

De camino hacia la cafetería donde habían quedado tras semanas sin verse, estuvo cerca de ser atropellado por una estampita apresurada que no tuvo en cuenta el ámbar. Por la concurrida calle de tiendas en rebajas, no podía evitar chocarse con gorilas y con otros tipos de primates, perros que solo sabían ladrar, o era pisado por las pezuñas de algún que otro caballo desbocado. Cuando consiguió llegar aliviado a la cita, por desgracia, se ganó el enfado su amigo, que solo sabía armar pollos cuando estaba muy agobiado por el trabajo, y las quejas de la hermosa y estirada jirafa, dolorida por el más ridículo golpe que se había dado al pasar por una puerta y que la había despeinado. Ninguno se interesó en el pésimo día que llevaba y para colmo detestaba las multitudes durante los primeros días del año. Tampoco tenía ánimos para vivir en persona un programa de Pelopicopata. En esas fechas, la gente solo sabía actuar como animales.


National Geographic


«¿Qué ocurriría si... el celacanto de mi barrio coge 
una navaja suiza para asustar sus más recónditos 
pensamientos de nutria albina?»

Para Fátima Bustos «Mss. Sweedow»

Según los últimos estudios, los celacantos, con el fin de salir de las profundidades del mar, tras el paso de los siglos, habrían evolucionado con violencia para convertirse en unas adorables y sobre todo queridas nutrias.






Aldo Altamirano: Fratricidio y otros micros

El disparo fue certero y causó la muerte inmediata. Creyó que al matarlo se irían con él las frustraciones acumuladas durante las dos últimas décadas. Sin embargo, desde ese preciso momento comenzaron a brotar en la casa hermosos recuerdos familiares.


Paola Tena: Rebajas y otros micros

Empezaron las rebajas. Vi el que me gustaba colgando de una percha pero otra mujer se me adelantó y lo aferró de una manga. Se lo llevó al probador y la esperé por fuera, pensando que si no le gustaba lo dejaría por allí. "¿Se lo lleva?", le pregunté cuando la vi salir. "Sí", me contestó con un tonito engreído. Así son las rebajas, me dije intentando consolarme, quien lo ve primero...


Ángel Fabregat Morera: Soledad y otros micros

Ocurrió el pasado viernes. Hacía unas horas que ya no llovía. Estaba oscuro y desierto. Bueno no, había un anciano que debía de estar calado hasta la médula. Tiraba migas de pan a las palomas. Pero no había ninguna. De nuevo, empezó a llover.


David Vivancos Allepuz: Triplelunio y otros micros

Desde que salen tres lunas, una debajo de la otra, alineadas como los botones de una inmensa camisa de negra seda, aún se entiende menos el comportamiento de las mareas. El ayuntamiento ha cesado, por innecesarios, a dos tercios de los serenos. Los poetas que no se han colgado de un árbol se pasan las horas suspirando. 


María Belén Aguirre: Leibniz y otros micros

“Este es el mejor de los mundos posibles”, reflexionó compungido desanudando la soga de su cándido cuello. Y desde entonces empuñó la fe como argumento.

Paola Cescon: La otra comedia y otros micros

Mortalmente desconsolado, la encuentra flirteando, muy fresca, en el Canto I. Para Beatriz, habitar siglos de Paraíso se había tornado un Infierno.

Arnoldo Rosas: Perspectivas y otros micros

Desde este ángulo de la plaza veo pasar los trenes como si cruzaran por entre los chorros de la fuente. El agua cubre el techo de los vagones, humedece las paredes de metal y se mete a raudales por las ventanas abiertas. 


Pedro Arturo Estrada: Arcangélico y otros micros

Mi arcángel favorito se esconde en el baño del bar en caso de apuro. Toma la figura del lustrabotas si es preciso. No me pierde de vista. A veces me lo encuentro por casualidad en la calle y, aunque cambie de acera, no puedo escaparme a su saludo. Me reprocha un poco andar vagabundeando por ahí, no estar temprano en casa, aplazar mis deberes. Le digo que me deje ser como soy. Que no se inmiscuya.






Xavier Blanco Luque: El accidente y otros micros

El niño había ensayado, sin descanso, su papel en la obra. Una tarde tras otra,  frente al espejo, había memorizado cada una de las palabras, cada uno de los gestos. También las risas.


Nélida Cañas: Fatalidad y otros micros

La lluvia ha caído torrencialmente entre los dos. Ha desdibujado los contornos. Cuando extienden las manos para abrazarse, comprueban que han sido arrastrados en sentidos opuestos.


Nana Rodríguez Romero: El abrazo y otros micros

Al ver cómo las últimas hojas del otoño se aferraban a los árboles, negándose a morir, se miraron a los ojos y para derrotar la soledad, inventaron el abrazo.


Manu Espada: Mal de amores y otros micros

A la paciente le parecían preciosas las notas de amor que el médico le escribía en las recetas, por eso se enamoró del farmacéutico que se las leía.


Homero Carvalho Oliva: El hombre soñado y otros micros

El hombre existe porque su mujer lo ha soñado así para toda la vida. Lo ha soñado alegre, atlético, galán y viril; sin embargo, cuando la mujer despierta deja de existir, porque el hombre que duerme a su lado no se parece en nada al de sus sueños.


Ángeles Sánchez Portero: Pérdidas y otros micros

En los días de niebla, el río cruje. A los indecisos, el río les parece una nube almidonada, e imaginan, algunos, que rebotarán en esa colchoneta como cuando niños; a otros se les antoja una pátina de humo y creen que nadie oirá el ruido de su cuerpo al caer, o acaso será como el breve chasquido de un mechero, un leve roce, un segundo y luego luz.


Javier Puche: Rezar y otros micros

Rezar en voz baja. Eso hace el paracaidista desde aquel día. Rezar en voz baja mientras el viento agita con levedad la enorme telaraña donde permanece adherido. Rezar en voz baja sus oraciones. Y no dejarse intimidar por los esqueletos que penden alrededor.


Federico Spoliansky: Cinco piezas de Duda Patrón

Sería imposible vivir sin pisar. Cuando pisamos perturbamos la vida que existe debajo de las suelas, movemos la suciedad de los otros y no es delito, ¿o sí?, transportar el delito de los otros.


Cristian Cano: El árbol viejo y otros micros

El viento tironea del árbol y es como una guerra, pero una que sólo él entiende. La vive. ¿La sufre? ¿O es su lucha necesaria? A veces sospecho que está enojado y que hace todo ese lío porque no se tolera. Me recuerda a cuando éramos chicos y nos arrancábamos los pelos.




 dBibliofilia




Jesús Esnaola: Insominio y otros micros

Acabo antes que el día, necesito el sol para poder volar. También él necesita la noche, porque durante el sueño   el hígado volverá a crecerle, deshará mi trabajo para que pueda volver a empezarlo al día siguiente. Regreso.


Sara Lew: Bestiario y otros micros

Por las mañanas les ponía nombres y las catalogaba. Por las tardes, sentada junto a la única ventana que daba al exterior, la vieja urdía con sus lanas las jaulas que usaría durante la noche para atrapar a las bestias que poblaban sus sueños.


Miriam Chepsy: Creación y otros micros

Y un universo se creó en su interior. Las palabras se condensaron como galaxias narrativas que giraban atraídas por la fuerza de una Idea.


José Luis Sandín: El laberinto y otros micros

Entra en un sueño distinto cada vez que decide el rumbo: derecha o izquierda. Algunas veces vuelve sobre sus pasos, mas el camino ya no es el mismo ni lo recorre a la inversa.


Iván Teruel: Amor filial y otros micros

Hoy mamá nos dice que se pegará un tiro. Y es extraño, porque ella siempre amenaza con las vías del tren y además en casa nunca ha habido pistolas. Pepe y yo hablamos. Decidimos que él salga a comprarla mientras yo me quedo buscando una caja y papel de regalo.


Mar Horno: Frío y otros micros

La mujer que siempre tenía frío pasaba las noches atizando el fuego. Metía las manos en las ascuas y después se chupaba los dedos quemados que sabían a azufre.


Lola Sanabria: Rebelión y otros micros

La piedra impactó de lleno. El rótulo luminoso se destripó sobre la acera. Los indignados derribaron la puerta de una embestida. Admiraron la delicadeza de los frascos que reposaban en las estanterías.


Daniel Frini: Cuatro micros

Tanto amó el hombre a los suyos que, por amor, se hizo odiar. Así fue como triunfó y les evitó la pena de su partida. Pronto fue olvidado. Nadie recuerda su nombre y, menos aún, dónde fue enterrado.


Santiago Gil: el nombre de los ausentes

Cada mañana escribía en un pequeño papel que luego se metía en el bolsillo, el nombre de alguno de sus muertos más queridos. Lo llevaba a todas partes y de vez en cuando recordaba la cara y los gestos del ausente. Al llegar la noche quemaba el papel y lo volvía a convertir en cenizas.

Tres micros de Alberto Sánchez Arguello

Caperucita se despidió de la abuela, apretó fuerte la canasta de comida y el fajo de dólares bajo su falda y se fue. Pasó un río amarrada a un neumático. Casi se mata al caerse del techo de un tren en movimiento.  Recorrió un desierto a través de infinitos túneles de tuberías oxidadas y malolientes.


Ocho micros de Elisa de Armas

Cada vez que termina un poema pliega el papel, forma una pajarita y la arroja por la ventana. Casi todas terminan en el suelo, arrugadas y polvorientas. Solo algunas, las portadoras de auténtica poesía, agitan las alas y se pierden en el horizonte.


Seis micros de Esther Andradi

Mi cara se parece cada vez más a una pasa. Las arrugas me visten la sonrisa de lomo de tortuga, el llanto de crisálida, la seriedad de pasa nomás. Por eso bebo tanto. Para macerarme en alcohol y así poder tragarme. Lástima que no puedo sobornar al espejo. Pero quizá termine disolviéndome en saliva, acogiéndome al privilegio de las hostias.


Gilda Manso: El viajero y otro micro

El hombre diminuto que vive desde siempre adentro del reloj de arena y el hombre no tan diminuto que vive desde siempre adentro del vientre de la ballena tienen algo en común: ambos creen que eso que ven es todo el mundo.


Tres micros de Javier Ximens

Las figuras del ajedrez, en perfecta ordenación, son ejércitos dispuestos a matarse por defender a su rey. Cuánto más me gustan tras la partida, amontonadas en la caja, las fichas mezcladas, ya sean blancas o negras, al margen del rango y sexo, tumbadas unas sobre otras, en una hermosa orgía bicolor. 


Seis micros de Francesc Barberá Pascual

Todo empezó cuando me trasplantaron las dos manos. En tan solo dos semanas ya era capaz de escribir y manipular objetos casi con normalidad. Sin embargo, aquello no era lo más asombroso. Al poco tiempo descubrí que podía tocar el piano, a pesar de no haberlo hecho en mi vida. Luego me pasó lo mismo con los malabares y la papiroflexia. Incluso llegué a hacer algún truco de magia.


Once micros de Sandro W. Centurión

La viste y enseguida supiste que matarías por ella. Te miró, y de inmediato supo que podría hacerte matar a quien quisiera.


Entrevista a Clara Obligado

Valeria Correa Fiz entrevista a Claro Obligado, reputada autora de microficciones y divulgadora del género a través de antologías y talleres literarios de merecida fama nacional e internacional.




 Uroboro



Cinco micros de Pérez de la Ossa

Me he despertado sin cara, estoy seguro de que me la han robado. A mí es la primera vez que me ocurre, pero estoy harto de ver gente con una cara que no es la suya. Llevo todo el día pensando en qué hacer, cómo salir a la calle, cómo reconocerme. He llamado a un carador urgente y me ha prometido traerme varias a lo largo de la mañana, pero mira, ya son las dos y no viene.


La tiranía de los espejos, de Carlos Vitale

De niño, en el barrio, se relataba la aventura de un vecino que había sobrevivido a un naufragio flotando durante una semana sobre una puerta. Desconozco quién era e incluso si la peripecia acaeció de verdad, pero no dejo de meditar en ese hombre, azul y agua, negro y agua, asido a una puerta por la que no es posible huir.


Diez micros de Ortiz Soto

Hundido en su sillón, Dios mira llover. Es el día cuarenta por la mañana, pero la oscura bruma no permite saberlo. En los escarpados picos de las montañas más altas, animales y humanos se disputan un palmo de tierra que, minutos después, yace bajo el mar. Son las agotadas aves migratorias las últimas en caer. En medio del océano anegado de muerte va el Arca con los pocos bendecidos. Aquello es todo lo que queda de su gran obra. Dios no puede más con tanto dolor y dispara…


Camps y sus pliegues en la realidad

De vez en cuando el mago se equivoca. Espera sacar un ramo de flores, pero aparece un manojo de espárragos. No se inmuta; es un artista, y rápidamente incorpora la novedad al espectáculo. Finge meterse un pañuelo en la boca y, cuando va a tirar de él, brota una ristra de salchichas. El público aplaude enfervorecido su originalidad. Nadie sospecha que la patata que hace flotar en el aire, por encima de su cabeza, es un imprevisto


Cinco micros de Pablo Gonz

Con esa paciencia típica de los dementes, el preso de la celda número 8 fue juntando trozos de alambre e hizo con ellos un barrote metálico que añadió con disimulo a los que cerraban su ventana. Luego, con otros desechos y mucha más paciencia, agregó nuevos barrotes y un apretado tejido hecho con fibras que recogía en el patio. También subía a su celda piedrecitas que iba pegando a los muros con chicle o con pegamento, incluso con masa de pan. Fue un trabajo tan delicado y constante que nunca, en ninguna de las revisiones técnicas, se descubrió que aquella celda era mucho más angosta y recogida que las demás.


Mónica Ortelli y sus criaturas del agua

A poco de hacer cumbre la suerte le fue adversa. Un descuido y ahora yace con las piernas rotas mirando una franja de cielo desde el fondo de una grieta. Solo. Nada sabe de los otros, los que fueron arrastrados por el agua durante la escalada. Ni sabrá, presume. Al menos hace unas jornadas que no ha vuelto a llover. Exactamente desde cuando se abrieron las nubes y el sol lo encegueció; el tiempo que lleva en la hendidura.


Entrevista a Virginia González Dorta

Empecé a escribir esos textos hace años sin ningún objetivo concreto. Era una mezcla de ejercicio de afecto con el reconocimiento de la escritura. De afecto, porque son semblanzas de alumnado que tuve en mis primeros años de maestra y me apetecía escribir lo que recordaba de ellos, su ingenuidad, su mirada limpia, su creatividad, sus detalles angelicales. Y respecto a la escritura porque ya en ese tiempo tenía el blog y me daba cuenta que una parte mía, nueva y sorprendente, se me presentaba y, además, precisaba de ella. Con el paso del tiempo, pensé en que todas esas semblanzas podían formar un libro y así lo he hecho.


Cinco micros de Paz Montserrat Revillo

Observa cómo la fila se hace cada vez más corta. Dentro de nada le tocará a ella. Mete el dedo justo donde se está descosiendo el dobladillo del uniforme. El hilo se tensa sobre su dedo y al final cede a la presión.
Esta vez solamente tiene una pelea con su hermano y una desobediencia a su mamá. Tonterías. Necesita urgentemente algo más.


Cinco micros de Rubén Pesquera Roa

La caverna se abrió ante el flautista y, a su vez —a unos cuantos pasos de la entrada— apareció el abismal despeñadero. Cuando la última de las ratas se hubo precipitado al vacío, el artista exigió el pago convenido. De los notables de Hamelin sólo obtuvo como respuesta amenazas y carcajadas. Iracundo, regresó a la claraboya de la gruta e interpretó una nueva melodía.


 El Aforista




Presentamos una brevísima selección de microrrelatos o minificciones, de otros tantos autores latinoamericanos, realizada por nuestra coeditora Patricia Nasello. Todos ellos son escritores de una dilatada trayectoria literaria y firmemente comprometidos con el género exiguo, por lo que de algún modo esta es una muestra de amplio espectro, muy significativa, del estado actual de la narrativa breve en Latinoamérica.


Roberto Villar: Todo tiene su luz

Todo tiene su luz para que sea posible. No sólo para que sea posible verlo, sino crearlo. La mañana, la tarde, la noche, el salón, el sofá. Todo tiempo tiene su tiempo y todo tiene su luz, su música, su clima.


Los anticuentos de Esther Roperti

Esta Cenicienta era muy lista. Cuando bajó corriendo las escaleras de palacio, no sufrió cortaduras en sus pies: sabía que las zapatillas de cristal producen heridas. Y que dejan un rastro que siguen los príncipes fetichistas.


La paloma de la realidad, de Álvaro Campos

La memoria se está gastando, las billeteras no pueden ocultarse más. Sólo queda algo único, antes de que el mundo se desmorone: el encuentro constante e inagotable con la paloma de la realidad...


Seis micros de Carlos de la Fé

A veces somos el último refugio sobre el que un ser anodino es capaz de aplicar un toque extravagante, chic o sofisticado a su triste y aburrida vida.


Juan Yanes: Mujer con maleta y otros micros

¡Ven y amémonos y olvidemos la crítica literaria, olvidemos a los exégetas y a sus epígonos y seamos felices! ¿Me oyes, Caperucita? Deberías decirme algo. Te estoy hablando muy en serio.


Pérez Antolín: El predominio de la sintaxis

Subió el volumen porque el ruido de las ametralladoras no le dejaba oír la emisión y en ese preciso momento salía su calle. Cuando le dispararon pudo ver por la televisión su propia muerte.


Violeta Rojo: "Las minificciones son las sirenas de la literatura"

Profesora titular de la Universidad Simón Bolívar y otras prestigiosas instituciones docentes, Violeta Rojo aborda la figura de las sirenas en la mitología a propósito de la antología de la minificción realizada por Javier Perucho.


Entrevista a Lucía Díaz

Lucía Díaz, nacida en Buenos Aires (Argentina), conforma su trayectoria cultural desde sus dos pasiones: la escena y el relato. En esta entrevista recapitula su relación con la ficción mínima.


Cinco micros de Sergio Astorga

Erguido sobre sus patas traseras, única herencia que mantuvo firme de las fábulas, el dragón paseaba con su árbol, arrastrándolo como si fuera un animalito doméstico.



Un hombre. Una butaca. Un héroe de bronce en un parque helado. Un general muerto que dirige el tráfico de los que vuelven a casa buscando su lugar. Deberían existir más estatuas de bizcocho.


Tres microrrelatos de María Fraile

El chico ha reunido todo el valor del mundo para decirle que la quiere. Ella lleva en las manos una margarita a la que pregunta: "¿me quiere o no me quiere?". Un golpe de azar hace de la rueda de pétalos una mala consejera y, abrupta, habla a través de la voz temblorosa de la chica.



Libros al Albur